La discusión sobre si este partido es un clásico o no es absurda e innecesaria si el espectáculo que van a brindar es tan violento y deprimente como el de ayer. Gastarse en la provocación —esta vez verbal— de Falcón asomó absurda a la luz de los hechos.
Hubo una agresión con bomba de estruendo a un jugador, invasión de barristas con elementos contundentes (por no decir armados) a la tribuna, intento de linchamiento a un fanático albo, agresión a reporteros y camarógrafos, bengalas, denuncia de robo desde el vestuario visitante y lanzamiento de proyectiles a la cancha. Todo lo suficientemente grave como para ameritar una condena hacia los culpables (muy fáciles de individualizar), la que llegó tibiamente de parte del club organizador.
No lo hicieron mejor los que estaban en la cancha. Los destemplados e iracundos reclamos de Zampedri ante una falta común le significaron amarilla tempranamente y la certeza de que de ahí en adelante lo iban a buscar, sabiendo de su temperamento. El violento reclamo de Gustavo Quinteros que significó su expulsión, más las ridículas magnificaciones de Falcón, la vendetta de Saavedra por las declaraciones previas del uruguayo y las incontables y gritadas simulaciones de casi todos los protagonistas convirtieron el choque entre los dos mejores cuadros del fútbol chileno de los últimos años en un muestrario oprobioso de lo peor de nuestro juego.
Si esto es el clásico, mejor que no lo sea. Lo increíble es la ausencia de autocrítica de parte de los actores, que una vez terminada la brega se abrazan como si nada y se despachan explicaciones culpando al árbitro y, obvio, insinuando alguna persecución.
Consumado el empate —que favorece a los albos—, quedan algunas reflexiones futbolísticas. Por lo pronto, la necesidad de una explicación de parte de Cristián Paulucci para la situación de Fabián Orellana. Desde el punto de vista del aporte en el terreno, irreprochable. Como la situación específica del “Histórico” marcó el destino del anterior cuerpo técnico, saludable sería conocer razones valederas de su constante marginación, ya que de otra manera quedará establecido que el irrestricto apoyo que le brindó el plantel a su compañero provocó la crisis.
Por el lado de Colo Colo quedará la sensación de que cuando quema las naves, pone cuatro delanteros y desmantela el mediocampo hay algo más que la búsqueda desesperada de un resultado, sino la falta real de variantes para el armado del fútbol. Lo empató —y pudo ganarlo— en una presión constante que se agradece en un torneo muchas veces apático. Por eso Quinteros deberá buscar argumentos más sólidos que la altura para insistir en Santos como alternativa, porque es más lo que resta que la suma sugerida.
Ambos nos representan internacionalmente. En la cancha y fuera de ella. Si esto es lo que tienen para mostrar, justo en la semana en que enfrentan a dos gigantes del continente, la tarea que viene será enorme.