Señor Director:

Un pecado que caracteriza hoy a cierta izquierda militante, radicada en la Convención en particular, es una idea fija habitual: como la gente no puede cambiar —o no desea hacerlo—, entonces hay que imponer desde arriba sistemas que impongan el cambio; sea por ley o por la Constitución.

El error fundamental en dicho sesgo es pensar que la naturaleza humana está prefijada —por pasado histórico, por herencias varias— y que no existe fluidez en el propio ser humano.

Este es un supuesto errado, anclado en prejuicios.

¿Cómo se compara, entre miles de ejemplos, la actitud abierta y el convencimiento genuino de una inmensa mayoría de ciudadanos chilenos hoy sobre: el derecho a la diversidad sexual, los desafíos imperiosos por el cambio ecológico, los derechos del feminismo, la libertad de expresión en todos sus ámbitos, versus, las intolerancias o negaciones de los años 80 y parte de los 90?

En menos de 30 años se han vivido cambios sociales y vivenciales enormes en una variedad de temas importantes, logrados en regímenes democráticos en nuestro país.

Parece que la rigidez humana prevalece más bien en un cierto espectro del abanico político, el que resulta ser más vocal tanto en asamblea como en ciertos medios públicos.

¿No es hora de cambiar?

Eduardo Aninat Ureta
Profesor