Izkia Siches, ministra del Interior, todavía no encuentra el segundo piso, es decir, interlocutores, escuchas, propuestas, algún mapa o una guía turística, alguien a quién preguntarle en La Moneda, en fin, por eso la ministra recorre los anchos patios, sube rauda las escaleras, va hacia la zona de calle Teatinos y nunca le resulta.
Cuando avisa y llega, golpea las altas puertas de madera, una voz le dice que pase, pasa; y la misma voz le informa que no están, salieron para una reunión o algo urgente, y lo peor es que no se sabe a qué hora regresarán.
Cuando llega de improviso y sin anuncio alguno, ya los mirones y orejeros de palacio soplaron que venía, y ciertos moradores de la oficina se esfumaron, el resto se desvaneció.
Durante los gobiernos anteriores, y en cada uno de los 30 años, funcionó esa pequeña sala de máquinas y sus cuadrillas de intelectuales del año que se pidiera: jóvenes macuqueros, encantadores sin serpiente, sultanes con nostalgia de harem, centinelas de lo oculto, pensadores permanentes, faquires reflexivos, divinas bailadoras, gavilanes y palomas.
Esa es la gente que precisa que aún no encuentra.
El segundo piso existe, lo dirige Lucía Dammert y los suyos, que están en otra ala, en otra esquina, en otra, porque para la ministra son oficinas escurridizas y ambulantes.
Con el que habitualmente se cruza es con Giorgio Jackson, el ministro inmueble, es decir, más un bien raíz que un ser humano.
A la que saluda de lejos es a Camila Vallejo, vestida como corresponde y como manda la moda, en armonía, juego y brillo. Hay algo que le molesta, pero no desea que eso avance.
Giorgio y Camila, entre paréntesis, como siempre les falta tiempo, pasan del primer piso a la terraza, si se me permite la metáfora; o del subterráneo al cielo, si se me disculpa la extensión.
Nunca quiere toparse, con la que no logra evitar: doña Irina Karamanos, que es lo más parecido a una Primera Dama, gran disposición para el mohín y la crítica, que es lo de menos, porque lo peligroso es lo otro: es el tipo de mujer que propone cosas, desenfunda y dispara. Una rival intelectual para una médico cirujana que se precia de ser el bisturí más rápido al oeste del río Maipo.
Izkia está durmiendo mal, en realidad a todo el gabinete le ocurre, pero eso ella no lo sabe.
A veces sueña con Paris y despierta sobresaltada. En ocasiones está frente a una urna, lee la cédula y vota por el pichí. O los integrantes de la foto oficial del Cerro Castillo -ella y 23 infelices- le conversan y sonríen.
Necesita dar con el segundo piso.
El dicho favorito de Izkia es “No dejes que tu mano izquierda sepa lo que hace tu mano izquierda”; lo que quizás lo explica casi todo.
Para limar las fallas estructurales o al menos para cumplir con la revisión técnica de los llamados ministres, Izkia precisa que la reciban, porque voluntad le sobra, pero por diversas razones se mantiene buscando desesperadamente lo que aún no halla.
El segundo piso no existe para ella.
Alguna vez pensó que había algo personal.
Aún no lo piensa dos veces.