Atlético de Madrid no pudo dar vuelta como local la derrota sufrida en el primer partido ante Manchester City y se quedó fuera de las semifinales de la Liga de Campeones de Europa.
Estuvo cerca, en especial en el segundo tiempo, de hacer el gol que le daba al menos la opción de ir al alargue o a los penales. No se dio.
Pero en una mirada más allá del resultado, los “colchoneros” pueden sentirse orgullosos: fueron capaces de hacer ver mal a los ingleses. No solo eso. Obligaron al City a hacer lo que dogmáticamente para su entrenador —“Pep” Guardiola— es casi la definición de lo que no es aceptable: defenderse a ultranza con tal de evitar un gol que podía, a la larga, dejarlos fuera de carrera.
Guardiola lo reconoció sin tapujos: defenderse era lo único que podía hacer para asegurar la clasificación.
Fue, de alguna manera, una reivindicación la vivida en Madrid. En especial para el entrenador Diego Simeone, criticado, denostado y hasta humillado por muchos de sus colegas de la élite técnica, quienes —quizás amparados en qué iluminación celestial— se sienten con el derecho de descalificar al que con armas solamente futbolísticas —que son las que siempre propone el “Cholo”— se para enfrente a cualquiera con el objetivo de reducirlo, de opacarlo.
Guardiola y el resto del mundo lo saben, pero parece que a veces se les olvida algo bien obvio: en el fútbol no existen los absolutos. O para decirlo en palabras sencillas, no hay fórmulas mágicas ni principios irrefutables. Todo tiene que ver con las circunstancias, momentos, situaciones espacio-temporales, si se quiere. O con las individualidades con las cuales se cuenta para moldear una idea.
No solo eso. Nadie puede alzarse como el adalid del fútbol bien jugado si aquel concepto pasa más por lo estético que por lo netamente competitivo.
Dejémoslo claro de una vez: jugar bien no es jugar bonito. Jugar bien es hacer correctamente en la cancha lo que se ha planificado previamente y, así, obtener el resultado deseado.
Para refrendar aún más el concepto, el propio Manchester City tuvo más ejemplos un par de días después cuando enfrentó al Liverpool de Jürgen Klopp en las semifinales de la FA Cup.
Sí, claro. No hay que omitir que Guardiola dejó fuera del equipo a siete jugadores titulares. Eso puede justificar algunas cosas, como la tremenda chambonada del arquero Zack Steffen, que le regaló un gol a Sadio Mané. Pero no puede borrar un hecho importante: el fútbol de posición y de posesión de Manchester City, como concepto, fue arrollado por la propuesta directa, el pelotazo, la rápida conversión de Liverpool.
Fue una evidente paliza desde el punto de vista de las formas.
¿Significa acaso eso que el “guardiolismo” ya no sirve, que pasó de moda, que ya no es eficiente? No pues. Decir eso es casi tan despectivo y poco reflexivo como lo dicho durante meses y años en contra del ideario de Simeone.
Pura challa, puro verso, puro aliarse con el que gana.
Y eso no es el fútbol. Es mucho más. No hay en él una sola tonalidad o un solo ángulo. Es multicolor, diverso, con miles de lados, donde caben Simeone, Mourinho, Klopp, Tuchel, Ancelotti, Gallardo, Guardiola, Xavi, Bielsa y Tite.