Por segundo año consecutivo, el proceso deportivo más exitoso del fútbol chileno en la última década se ve sometido a una situación de estrés terminal. Y, por segunda vez, tendremos que preguntarnos si el proyecto desaparece, o se interrumpe, o prosigue si el responsable técnico deja anticipadamente su puesto.
En sus primeros tres títulos, los cruzados debieron buscar un reemplazo para San José, Quinteros y Holan, porque, inmediatamente levantada la copa, decidieron que las ofertas recibidas eran más tentadoras que permanecer en San Carlos de Apoquindo. Así, el asunto de quien estuviera en la banca fue relativo, porque más allá de los factores externos —estallido y pandemia— la continuidad estaba asegurada con un plantel estable y una misma línea directiva.
La fórmula resultó incluso en la crisis provocada por el divorcio entre Poyet y el plantel, sencillamente porque la directiva optó, en el momento preciso, por hacer el cambio. La salida del uruguayo descomprimió al grupo y la decisión de entregarle la labor a un funcionario interno permitió que los cruzados, en una arremetida impresionante —ayudada por las increíbles falencias de los protocolos pandémicos en Colo Colo—, fuera el justo campeón. Pero quedó establecido el precedente.
La conclusión ahora es la misma: algo se quebró en la relación de los jugadores con el técnico, provocando malos rendimientos individuales y pésimos resultados. Como caballeros que son, las relaciones siempre terminarán de manera óptima y civilizada, con un apretón de manos. En las oficinas dirán que la inversión en contrataciones fue mínima, porque confían, aún, en la madurez de los canteranos. Y que están a tiempo en el torneo y en la Copa de retomar la senda, que para eso hay tiempo. Pero es más que obvio que entenderán, pública y privadamente, que las culpas son compartidas. Y que es hora de revisar los mandamientos.
Algún día alguien nos explicará qué pasa con Fabián Orellana, aunque está claro que no es netamente futbolístico su problema. Y por qué Paulucci dejó de creer en la cantera. Nos ratificarán si de verdad Buljubasich cree que el sistema es inamovible y alguien filtrará en qué cambió un entrenador que del segundo plano saltó al protagonismo. Con Poyet estuvo claro que fue una colisión inevitable. Ahora todo fue impredecible, pero ya aparecerán los detalles, seguro.
Por lo pronto, en un cuadro que siempre subordinó los objetivos anuales al plano local, su ubicación en la tabla es una pesadilla y los pone otra vez en una disyuntiva: ¿cortar la cabeza servirá para que el plantel vuelva a sentirse cómodo, motivado y competitivo? ¿Resistirá “el proyecto” este segundo cambio radical? ¿Habrá que traer a alguien de afuera, o el club ya es capaz de generar técnicos de su cantera? Y, lo que es más importante, si el equipo florece sin Paulucci, ¿será gracias a la fortaleza del proceso o a un plantel que ya impone sus propias convicciones?
Que toda esta historia pasara este fin de semana es pura casualidad, por cierto.