A veces en las antiguas películas de vaqueros un grupo de jinetes debía atravesar por una estrecha garganta hendida entre dos cerros. Era un clímax de tensión por la extrema vulnerabilidad ante un ataque de los malos. Y no había escape: atravesarlo no obstante los peligros o volver atrás y fracasar. Ese lugar y ese movimiento es un “paso”, una oportunidad de cruzar estrechamente una mole inexpugnable y, a la vez, de ser heridos o morir. El pasar, por ello, produce angustia, palabra en que anida también la idea de estrechez, angostura e, incluso, garganta.
En las culturas antiguas, como la hebrea o la griega, la relevancia de esta acción era tanta que en su idioma existía un verbo específico para designarla. Este verbo saltó al latín y del latín a las lenguas romances: el acto de pasar —que es casi la antítesis del “pasear”— es la pascua y el pasar de los pasares es la Pascua, el pasaje esencial, la angostura de las angosturas.
Me pregunto si acaso como pueblo estamos frente a un paso y vivimos la experiencia de una pascua, un momento que, si lo atravesamos, nos permitirá llegar finalmente a casa (“la casa de todos”), pero también corremos el riesgo de perecer, de padecer un quiebre que nos hunda. Pienso que no es así, porque los contemporáneos tendemos a sobrevalorar la importancia de los acaecimientos que vivimos como comunidad. Es una suerte de vanidad colectiva, aunque carezcamos de un horizonte histórico suficientemente amplio que permitiría hacer una comparación y balance justos. Si se revisan los discursos públicos del siglo XX chileno —y también del XXI— muy a menudo se adopta la épica pascual.
Existe, con todo, algo real, pero inconsistente en esa percepción, como si el estado anímico se moviera en dos planos inconexos y en tensión. Es real en la medida que parece que, frente al aburrimiento y la insignificancia de la política llana, fuese preferible la sensación arrebatadora del pasaje, de iniciar o estar adentro del paso esperanzador y trémulo.
Es inconsistente, en cambio, porque el temperamento o talante colectivo predominante hoy tiende al descansar. Me incluyo. Más que cruzar una estrecha, sinuosa, oscura garganta, la metáfora que más ilumina esta hora sería el “atajo”, una vía corta, relajada y fácil hacia mi objetivo. Muchos chilenos —y convencionales, desde luego— sueñan, incluso, con un utensilio social que tenga las virtudes del teletransportador de la recordada serie “Star Trek”. En vez de pasar, en lo profundo y cotidiano, se anhela un brinco magnífico que nos coloque ya en el bienestar, la justicia, el respeto a la naturaleza y a la diversidad, la inclusión y reparación de grupos y pueblos dañados. El máximo deseo con el mínimo esfuerzo.