Todos sabemos que los equipos chilenos que ganan un cupo en alguna copa internacional, y muy en especial en la Libertadores, cambian la alegría clasificatoria por un doloroso transitar entre las exigencias coperas y el campeonato local. El júbilo, entonces, se cambia por reclamos, peticiones de postergación de partidos, elección de alineaciones de emergencia y todo eso que conocemos en el coro lacrimógeno de todos los años.
No era así hace cincuenta años y un poco más. En ese entonces los chilenos internacionales, hablemos directamente de las Universidades, aprovechaban la doble exigencia para alinear en el torneo local a jóvenes de sus divisiones inferiores con cara de posibles titulares. De ahí salió, permítame un solo ejemplo, Alberto Quintano. Y esos equipos juveniles jugaban y… ganaban. La U (Luis Álamos) y la UC (Fernando Riera, Luis Vidal) tenían entrenadores chilenos, algo impensable hoy.
Así esperábamos, con razón, que el lunes se atribuyera a la calidad de reservistas de su alineación la derrota de Colo Colo ante Unión Española. Claro, ya había tenido suficiente el plantel con el desplazamiento a Brasil y el triunfo exigente sobre Fortaleza. ¿Qué querían, que aguantara otros noventa minutos de alto vuelo en pocos días? No, pues, por supuesto que no. Aguantó 45. Y en esos 45 ganó 1-0. Después, claro, le vino el cansancio, se le fue el fútbol arrebatador del primer tiempo, le llegó el primer gol de Garate y después el segundo y más tarde los reclamos de Quinteros por un gol anulado a Gil, aunque el motivo nunca le va a faltar. Y justo cuando trasciende que no le disgusta la idea de dirigir al seleccionado y que Colo Colo no se opondría a su partida.
Ahora tenemos dos punteros, albos y rojos, al paso que las universidades marcan el paso en mitad de tabla, lo que es sorprendente en la Católica y ya es habitual en la U. ¿Qué pasó en la UC? ¿Se le fueron los humos a la cabeza a Cristián Paulucci y lo distanció el plantel? ¿Y qué pasó en la U? Parece que nada, solamente lo de siempre y se pide la cabeza del técnico, quien quiera que sea.
O sea, no ha pasado nada sorprendente.
Alguien me dice que lo sorprendente es lo que ha pasado con el arbitraje, el despido de Javier Castrilli (que vino a mejorar un piteo desafinado) y sus compañeros de comisión, las declaraciones del árbitro Francisco Gilabert (citando dichos que no aparecen en las grabaciones del VAR), el despido de 11 árbitros, la amenaza de huelga referil y la reposición de los despedidos en sus puestos, obligando a desdecirse al presidente de la ANFP, que redondea (o descuadra) uno de los peores ejercicios históricos del fútbol nuestro sin ningún asomo de renuncia al cargo.
Es difícil, en realidad, que nos sorprenda algo relativo al mundo referil, tan lleno de frivolidad, egocentrismo y oscuridad. No hay que olvidar que lo primero que hizo Pablo Milad al asumir fue descabezar a la comisión a cargo del arbitraje sin dar ninguna razón. Los problemas, si es que los había entonces, los resolvería con la designación de Castrilli, por él mismo despedido. Ahora deberá enfrentar la demanda por despido injustificado del ex árbitro argentino.
Lo sorprendente en este caso son las declaraciones de Gilabert y la actuación de Milad, aunque lo del presidente, ni tan sorprendente.