No es un buen negocio hablar públicamente de desavenencias entre los entrenadores y los futbolistas. Al final, y debido a las implicancias o efectos incómodos que acarrea este tema, todos terminan desdiciéndose o, mejor, echándoles la culpa a otros (la prensa, como primera opción) de las “erradas interpretaciones” que se dan a discursos plenamente claros.
Pero, la verdad, eso debe importar poco. Lo concreto es que si hay conflictos internos en un plantel —sea cual fuere su cuantía—, hay que hablar de ellos. Sin miedo.
Este fin de semana, tras la derrota de su equipo ante La Serena, que fue la evidencia de una baja de rendimiento notable estas semanas en el equipo, el entrenador de Universidad Católica, Cristian Paulucci, dijo que “a veces los futbolistas se cansan de los jugadores”. No solo eso. Señaló que “tenemos que hablar con los jugadores, yo no quiero ser una molestia para este club”.
Claro y categórico Paulucci. Sin interpretaciones antojadizas, el DT dijo, al menos, tres cosas importantes: que no hay en este momento buena conexión entre él y sus dirigidos; que este tema no se ha hablado aún internamente en el plantel, y que siente que él podría ser el causante del bajo momento del equipo.
No hay duda. Hoy existe ruido comunicacional con efecto en el quehacer competitivo de la UC.
La duda lógica es, entonces, una sola: ¿es esa mala conexión culpa del líder (el entrenador) y la causa del bajo rendimiento, o es este un elemento utilizado por los intérpretes (los jugadores) para provocar la salida de quien los comanda?
Una y otra.
Paulucci debe tener la capacidad no solo de hacer una evaluación, sino que también de accionar las palancas correctas para evitar la colisión y el desastre. Si no lo hace, es porque efectivamente no tiene la capacidad para llevar el timón.
Pero también es cierto que, a veces, son los jugadores los que a partir de sus incomodidades provocan las crisis y toman determinaciones que se translucen en bajos rendimientos en la cancha con el claro objetivo de cambiar de líderes técnicos.
Y una de esas dos cosas —o ambas— están pasando hoy en Universidad Católica, sin ninguna duda.
El entrenador, puesto a prueba en una situación de estrés colectivo, ha optado por la peor decisión posible: hacer cambios y buscar alternativas sin, al menos, escuchar a los afectados, dialogar. Si está esperando conversar en el futuro, está diciendo que antes no le importó. Pésima estrategia.
Por otro lado, los jugadores de la Católica podrían estar perfectamente traspasando a la cancha la disconformidad con el director técnico. No sería la primera vez.
El año pasado, tras la partida de Gustavo Poyet y su cambio por el mismo Paulucci, jugadores cruzados señalaron que no tenían “feeling” con el DT uruguayo, que su salida “descomprimió el ambiente” y que no estaban “en la misma parada”.
Claro, lo dijeron cuando el equipo retomó su buen nivel.
Da para pensar que ahora pase lo mismo.
Paulucci y los jugadores ya tiraron sus cartas… y no es cosa de interpretación.