De acuerdo con la confesión de Francisco Gilabert y Cristián Droguett, no fue necesaria una amenaza, una extorsión, un soborno ni una presión desmedida para que ambos cambiaran su parecer en un fallo trascendente, pues se trataba de una definición en cancha. Bastó una sutil insinuación, una “advertencia de llamado” para que, según han dicho privada y públicamente, sancionaran en sentido contrario de su criterio. Una revelación que, a mi parecer, se contradice de las pruebas aportadas por el VAR, pero que sigue siendo la prueba del caso que ha conmovido al fútbol chileno.
Presiones directivas han existido siempre. Antes, durante y después de los partidos importantes. Por eso es trascendente saber quién hizo la llamada que hizo temblar a los jueces. ¿El timonel máximo, el profesor, un directivo con amplios poderes? Lo cierto es que el mero telefonazo fue suficiente para completar la misión, lo que abre las puertas del infierno para el fútbol chileno.
Porque, sabido es, las mismas presiones abrieron las puertas de los tribunales, del Consejo y de la directiva para que Huachipato se salvara del descenso, Copiapó fuera despojado de su logro, Melipilla perdiera la categoría y la definición se jugara como todo el mundo suponía que se iba a jugar. Pero, por si el plan perfecto fallaba, todavía quedaba una carta a la cual recurrir.
Lo que hicieron y confesaron Gilabert y Droguett abre la puerta del infierno porque ahora sabemos que basta anunciar una llamada o pronunciar el concepto “llamaron desde Santiago” para que la justicia se ejerza de manera torcida y mañosa. Y ese simple ejercicio nos hará dudar de todo. “Barroso tenía razón”, “¿No habrán llamado también para evitar el descenso de los grandes?”, “¿Quién habrá llamado a la Seremi?” y otras tantas sospechas se levantaron desde sus tumbas, acicateadas por la siembra de incertidumbre. A los que creíamos exagerados los gritos destemplados de los técnicos al borde de la cancha atribuyendo intencionalidades detrás de cada cobro nos dieron un cachetazo en la buena fe. Los incesantes creadores de teorías conspirativas pueden liberar su imaginación, porque ahora cada demora en el Var se supondrá en espera de la infame llamada.
Eso es lo nuevo. Que la ANFP, a través de su vacilante, contradictorio y siempre equivocado presidente quiera asumir la investigación de un caso que la compromete no es novedoso ni sorprendente. Siempre lo han hecho así (y amenazando, claro, con la desafiliación de la FIFA si se va a la justicia ordinaria). Y que el lío de los árbitros se resuelva con la salida de su profesor no resolverá las camarillas, ni suavizará las envidias ni aplacará las rencillas que históricamente han marcado al referato chileno, donde siempre hubo y habrá personal disponible para la delación, la traición y la denuncia anónima, que de tan mezquina y artera pierde validez para elaborar un juicio justo sobre quienes son culpables y sobre los inocentes.
Las puertas del averno están abiertas. Por primera vez hay testimonios concretos, reales, contundentes de que los jueces cambian sus fallos ante una presión mínima. Los que ejecutan esa presión están claros, sin que se necesiten pruebas: los hechos hablan por si mismos desde el origen de las cosas. Ahora, toda sospecha será válida. Dios nos pille confesados.