Amenaza, persecución y violenta represión. Hasta hace poco, ese era el arsenal estratégico de las dictaduras. ¿El objetivo? Gobernar en base al miedo. Pero las cosas han cambiado. Una nueva forma de opresión, más sofisticada y tecnológica, se expande con éxito en el planeta. De derecha o izquierda, en países de ingresos bajos o altos, desde Orbán hasta Putin, pasando por Chávez, Correa o Fujimori en la región; no es el miedo lo que explotan, sino el embuste.
El cambio en la cara de las tiranías es el tema de “Spin Dictators”, el reciente libro de los académicos S. Guriev y D. Treisman. La tendencia que los motiva inquieta. Desde los 70, los embaucadores que utilizan el engaño (en vez del miedo) para someter al pueblo se han multiplicado cinco veces. Hoy superan el 50% de todos los dictadores en ejercicio.
Cinco son sus reglas. Primero, mantener la popularidad a como dé lugar. Para esto, un control quirúrgico de los medios de comunicación y redes sociales es vital para los opresores modernos (por 20 años la aprobación de Putin no bajó del 60%). La estrategia no implica censura, sino contraatacar toda crítica con campañas de desinformación masivas. Así, se apropian del más mínimo éxito económico, pero cuando la cosa anda mal responsabilizan públicamente a otros de sus ineptitudes.
Segundo, asegurada la popularidad, hay que consolidar el poder. En la actualidad, el aparato del Estado (sus datos) permite implementar tácticas electorales de última generación. Aprovechan, entonces, las circunstancias para ganar elecciones o referéndum y modificar las reglas institucionales a discreción. Así nace la tercera pata del engaño de estos tiranos: proyectan ser demócratas, cuando realmente no lo son.
El apoyo intelectual y económico lo consiguen desde el exterior, por lo que se mantienen abiertos al mundo (cuarta). Finalmente, los nuevos dictadores evitan a toda costa la represión con violencia. Y es que cuando el embuste funciona, aterrorizar al ciudadano es innecesario y contraproducente. Mucho más fácil destruir la democracia como camaleón.
Instituciones sólidas protegen de esta amenaza, pero pueden ser insuficientes. De hecho, Guriev y Treisman apuestan por la acción de la sociedad civil, particularmente de quienes están atentos y preparados para reaccionar, “los informados”. Y una educación que confiere habilidades básicas, como pensamiento crítico y comprensión lectora, debiese producir ciudadanos vacunados contra eventuales esfuerzos inescrupulosos por dañar la democracia.
¿Está Chile inmunizado? Ya el 2015 la prueba PIAAC concluyó que cerca de la mitad de la población (16-65 años) solo podía completar procesos matemáticos básicos y era “analfabeta funcional” (¿dice el oficio de la PDI que despegó el avión?). Entre 2015-18, los liceos públicos de la Municipalidad de Santiago acumularon más de 300 días sin clases (tomas y movilización). El 2019, paros de profesores y violencia significaron cerca de 60 días sin instrucción. A partir de 2020, el covid implicó prácticamente la pérdida de un año escolar completo. Se ve débil la inmunidad, ¿no?