Esta generación dorada merece el milagro y la oportunidad.
Se puede orar por eso e ir con flores a María y con cirios para los once apóstoles.
La plegaria no será larga, el resultado cae a comienzos de semana y se entiende que la petición es excesiva y de tipo inexistente: tres en uno, porque se reza por ganar y para que otros dos no ganen.
Los milagros siempre han sido injustos.
Las preguntas clave son por qué a mí y no a ellos, o por qué a ellos y no a mí; y por qué el prodigio rogado solo será para uno —Perú, Colombia o Chile— cuando los tres rezan con igual devoción y los tres, por cierto, creen merecerlo.
La otra razón para tan altísima petición es la felicidad del pueblo; por lo tanto, si el milagro se cumple, en el caso chileno, se hace buena la frase destinada al país sin cereales ni palta, escaso de cecinas, falto de leche y mermeladas, ni pensar en margarina, en suma, esa frase melosa para el desayuno y despertar de pobres y necesitados: “La marraqueta más crujiente y el té más dulce”.
Desgraciadamente, lo sobrenatural dura poco, termina el martes 29 por la noche y lo que viene para los días siguientes es el pan nuestro de cada día.
La realidad es la generación dorada, una generación que conserva respeto y admiración por lo que hizo, aunque eso está cada vez más en el pasado: seis años y siete, en América, y en el mundo del fútbol, en 2010 y 2014.
La generación se oxida y no es cosa de spray ni de W40, es simplemente que el tiempo y la naturaleza de las personas, antes que los de las cosas, se deterioran y desgastan.
Hay generaciones que persisten más allá de sus posibilidades y no hay mejor ejemplo que la transición política, con generaciones que se quedan hasta cuando ya es tarde y no hay quién se atreva a apagar la luz y mandarlos a dormir.
Es por un asunto de gratitud y porque han conseguido logros históricos y nunca vistos, además están vigentes, aunque en otro nivel; y brillan intermitentes, porque la opacidad ya despuntó.
Es una generación poderosa, incluso fáctica, porque no está dentro de las estructuras ni del organigrama, pero sus redes, ánimo y amistad son influyentes.
Utilizan lenguaje de códigos, pesan en la selección de Chile y se dejan caer en convocatorias, concentraciones, técnicos y nuevos compañeros.
Incluso se convierten en un medio de comunicación; el ejemplo son las redes digitales, donde el Instagram de Mauricio Isla fue noticia. Miles de reproducciones, los canales de televisión no pueden evitarlo, y, ¿en qué número estaba ese poder? Si la prensa era el cuarto, la generación dorada podía ser el quinto.
La generación dorada, como es tan poderosa, debe liderar su propia retirada y entender las razones del lento adiós.
Si lo hace, dejará enseñanza: solidaridad con los que vienen, generosidad con la selección y, sin duda, desprendimiento.
Si no lo hace y persiste, el riesgo ya se palpa: óxido, sarro y alambres pelados.