La Champions League se quedó, de repente y sin aviso previo, sin las que han sido las figuras más importantes, desde el punto de vista futbolístico, pero también mediático, de los últimos años: el argentino Lionel Messi, el brasileño Neymar y el portugués Cristiano Ronaldo mordieron la decepción tras las derrotas de sus equipos (PSG los dos primeros, y Manchester United, el tercero) en los octavos de final del torneo europeo, dejando abierto más que nunca el tema de los máximos galardones individuales de la temporada.
Es cierto que ello no implica una abdicación total a sus especiales reinados. Los tres tienen aún paño que cortar y este mismo año pueden llegarles regalos contundentes jugando por sus selecciones nacionales en el Mundial de Qatar (aunque Cristiano aún no ha clasificado a Portugal) y es seguro que más temprano que tarde inventarán la manera de que los focos sigan sobre ellos.
Siguen siendo estrellas.
No obstante, no hay que evitar el tema: Messi, Neymar y Cristiano Ronaldo ya vivieron la era de sus exclusivas dominaciones, y lo que les queda de carrera en el alto nivel impondrá una lucha cada vez menos favorable por la perfección individual.
Estamos frente al fin de una era y el inicio de otra.
Y será una donde seguramente los reinados serán más breves que otrora y donde la simple acumulación de trofeos o rompimiento de marcas no serán suficientes como para encandilar. Lo colectivo primará por sobre la brillantez personal.
Y es que el fútbol ha cambiado mucho y seguirá su proceso de transformación, porque es inevitable que así sea. A diferencia de lo que pasaba hasta hace poco, en que las propuestas técnicas demoraban en asentarse, pero podían permanecer largo tiempo como moda debido al lento descubrimiento de antídotos que hacían reiniciar el proceso, hoy casi no existe tiempo para la consolidación ideológica. Todo es y será más rápido, menos reflexivo. Con constantes niveles de mutación.
Como aseguró el entrenador de Ajax, Erik ten Hag, la filosofía que debe imperar hoy es la de la instrucción básica y no la elaboración de grandes teorías. “El fútbol es muy simple, pero hay que ejecutarlo de manera correcta”, señaló el DT neerlandés.
Y ello será, sin duda, el fútbol que primará en las próximas décadas. Mucha atención a la sencillez y a la exacerbación de las cualidades individuales específicas. No a la detección y búsqueda irracional del futbolista cuasi perfecto. Será más buscado aquel que es utilitario.
Habrá siempre, cómo no, jugadores especiales, talentosos, que encandilen y que nos lleven a creer en la magia (el francés Kylian Mbappé cumple hoy con esas normas), pero sus cualidades no serán suficientes ni menos permanentemente decisivas para prevalecer.
El que convierta más goles, el que sea capaz de recuperar más balones, el que gane más mano a mano, e incluso el que imponga su físico para anular al rival, tendrá igual opción de ser coronado que aquel que tira un túnel, hace una bicicleta o recorre 50 metros con la pelota pegada al botín, eludiendo rivales antes de hacer un gol.
¿Será la muerte de la belleza del fútbol?
No. Es su reinvención.