Clasificar al Mundial de Qatar sería un milagro, así como quedar fuera de Rusia 2018 fue una torpeza inexcusable. Si la selección logra meterse al repechaje será porque esta generación, en una postrera expresión de su talento, quiso fabricar otra épica inolvidable.
Hasta ahora, en el marco de las clasificatorias, Chile no ha logrado un resultado de ese calibre. Con las potencias caímos estrechamente, aunque el empate en Santiago del Estero haya sido la demostración más alta de competitividad. No hay partidos altos, arrolladores, de “sometimiento”, como se acostumbraba a decir en los tiempos dorados. Son más bien victorias o empates trabajados, esforzados, de disciplina táctica.
Sumar los seis puntos en esta fecha doble implica un rendimiento como no se ha visto en la era de Lasarte, y mucho menos en la de Rueda. No habrá, lo sabemos, un derroche físico ni sorpresas tácticas, porque hace rato que no las hay. Para lograr la hazaña debería surgir, inevitablemente, el aporte individual de un grupo que entiende que solo les queda una bala, y que hay que utilizarla con más inteligencia que pasión. Y sin cometer errores estúpidos.
En este tránsito hubo más redes sociales que cancha, más declamación que fútbol, más intención que realidad. Encandilados con la épica televisiva de “El último baile” y con el mote de “Los viejos rockeros”, se construyó un eslogan que pocas veces se hizo realidad. Ahora, cuando todo el premio parece encomendado a la vieja guardia, es hora de pedir un último salto, sin aspavientos: si Chile lo logra, efectivamente habrá hecho historia.
Porque, a la hora de la honestidad, las “clasificatorias más difíciles del planeta” no han respondido a esa condición. Los últimos dos cupos, si es que Ecuador abrocha el tercero, serán para selecciones que se movieron entre la irregularidad y el fracaso. Colombia, que la tiene más fácil, ha sufrido una enormidad, no ha jugado bien, le dio la espalda a don Reinaldo y si logra el pasaje será merced a un calendario muy favorable. Uruguay vivió su propio vía crucis y Perú, al igual que la vez anterior, arremetió al final con una selección sin figuras, pero con una impecable mano técnica. Si celebran, lo harán con mucho menos plantel que nosotros.
Si La Roja logra desplazarlos, será porque, otra vez, fue capaz de doblarle la mano a la historia. Si quedamos abajo nuevamente, habrá que llorar los increíbles puntos perdidos en pleitos que regalamos de manera absurda, por pecados propios, como en los viejos tiempos. Y asumir que, más que llorar por el ciclo que termina o bajarle la cortina a toda una generación, habrá que recurrir a la más básica de las premisas: iniciar un ciclo con convencimiento, con ganas y, sobre todo, entendiendo que lo que tenemos no es suficiente. Que se requiere algo más.
Si es verdad que hubo la intención de convocar a los jugadores del medio local para este fin de semana y no se pudo por la negativa de los clubes, porque se pidió demasiado tarde, porque se consideró un gesto inútil o porque la convicción nunca estuvo, no hay nada más que hacer. Ni con este cuerpo técnico ni esta directiva. Porque eso fue rendirse antes de dar la batalla. Y así, es mejor cambiarlo todo.