El lento crecimiento de nuestra economía es un fenómeno que muestra una década en la misma trayectoria, sin que tengamos hasta ahora un diagnóstico afinado y compartido de sus principales causas y factores incidentes. Los diferentes gobiernos, incluido el recién asumido, han señalado como uno de sus principales objetivos incrementar el crecimiento, siempre con pocas luces sobre cómo lograrlo.
Hay políticas que son una condición necesaria para crecer, como recuperar la estabilidad macrofinanciera y la prudencia fiscal, pero ellas están lejos de ser suficientes para impulsar aumentos de productividad en el contexto actual. Por esta razón, conviene detenerse en una característica de la economía chilena que al parecer tiene más importancia de la que se le otorga habitualmente: la debilidad del segmento de empresas medianas, que se explica tanto por su menor densidad respecto a las economías avanzadas, como por el rezago de su productividad en comparación con las empresas de mayor tamaño.
El crecimiento desde inicios de la década de 1990 estuvo empujado por las grandes empresas, que encontraron un entorno muy favorable para crecer: estabilidad política e institucional, mercados internacionales en expansión, recursos naturales abundantes, fácil acceso a financiamiento y disponibilidad de mano de obra. Muchas aprovecharon estas oportunidades y consolidaron una posición altamente competitiva dentro y fuera del país. Sin embargo, el modelo económico no generó los mismos espacios para el desarrollo y consolidación de las empresas medianas, lo que ha tenido consecuencias económicas y políticas.
La productividad del segmento de empresas medianas (ventas anuales por debajo de US$ 25 millones) se fue quedando atrás, lo que significa que uno de los principales impulsos del crecimiento no estaba operando. Esto es lo que se desprende de los datos sobre ventas y empleo de los distintos segmentos de empresas que entrega el SII. Por ejemplo, la productividad de las empresas medianas del sector manufacturero era equivalente a un 26% de la que tenían las empresas grandes en 2005, reduciéndose a un 15% en 2018. Asimismo, su densidad en Chile es baja en comparación con los países avanzados: las empresas grandes representan más de un 80% del valor agregado a nivel local, cifra en torno a 50% en países avanzados.
Esta debilidad del segmento medio tiene implicancias importantes, partiendo por reducir la competencia en cada mercado, lo que a su vez disminuye los incentivos para la experimentación e innovación. Otro efecto es la dificultad para difundir el conocimiento entre empresas con diferentes niveles tecnológicos, algo que permite a aquellas que están más rezagadas aprender y aplicar las prácticas que utilizan las empresas líderes, permitiendo que la brecha de productividad se reduzca, la competencia aumente, y la concentración de mercado disminuya. En cambio, si esa difusión no fluye, se generan los efectos contrarios.
Es claro que un crecimiento sostenido de la productividad agregada requiere de un grado saludable de dinamismo empresarial, algo que se dificulta cuando en cada mercado existe una enorme brecha en la competitividad entre empresas líderes y las demás. Esto es lo que ocurre en Chile y es una característica que se ha ido acentuando en el tiempo.
Después del estallido de 2019, Christoph Schiess revisó la experiencia de las empresas medianas de Alemania (mittelstand), consideradas como la columna vertebral de la economía de ese país, y planteó la urgente necesidad de corregir nuestra realidad a través del fomento de este segmento como una condición para construir un Chile más inclusivo, diverso y justo, que sea al mismo tiempo más innovador. Desde entonces, poco se ha avanzado.
La experiencia de los países desarrollados muestra que las empresas medianas dependen más del entorno local que las empresas grandes; requieren ser parte de un ecosistema en el que el todo es más que la suma de las partes; tienen vocación exportadora; necesitan acceder a trabajadores especializados; tienen arraigo en las comunidades en que operan, y desarrollan estrategias con una visión de largo plazo. Por estas razones, el desafío de renovar la estrategia de crecimiento del país debe encontrar los mecanismos para estimular el crecimiento de estas empresas.
Avanzar en esta dirección requiere profundizar en aquellas propuestas del programa de Gobierno en torno a la creación de espacios de cooperación y articulación entre los actores relevantes del desarrollo productivo, y abandonar las que plantean la creación de nuevas empresas públicas como condición para impulsar el crecimiento de la economía del país.
En síntesis, la creciente debilidad del segmento de medianas empresas en Chile está generando efectos negativos en el funcionamiento de la economía y, por derivación, de la convivencia social. Para corregir esta situación, se debe aplicar un nuevo enfoque a las políticas de desarrollo productivo a partir de una mentalidad colaborativa, buscando programas más integrales, con énfasis en la creación de entornos locales dinámicos, ecosistemas de innovación, y buenos puestos de trabajo.