Universidad de Chile es un equipo en situación de calle y esa es la pena que provoca el cuadro azul, que durante largos años ha pasado de mano en mano y de relato en relato, y aún no llega a puerto, y todavía no encuentra bahía, santuario y refugio.
La gestión del ecuatoriano Luis Roggiero, en la administración, o la del colombiano Santiago Escobar, en el cargo de entrenador, son letra chica y ya pasarán.
La derrota con Colo Colo fue por el marcador y la manera como se perdió, pero así como llega la herida, así también se cicatriza, porque el fútbol es como el título de la película: “Dolor y gloria”.
Los pormenores anteriores, personajes y resultados, en el largo plazo del tiempo, no son más que detalles pasajeros y acontecimientos ínfimos, son cosas que pasan y que ya pasarán.
Lo fundamental no es lo que hoy se ve, padece y toca.
Lo esencial es lo que no se ve, eso que respira desordenado, es la niebla de la historia y son las miles de familias chilenas que se forjaron alrededor del ánfora azul, con lo que se llama vida corriente e interior, son memorias, recuerdos, mundo espiritual, tristezas y alegrías.
El universo azul es como debe ser: inmaterial e incluso sobrenatural.
Es pura fe, es creer en algo, es el sentimiento y la imaginación azul.
Esa energía invisible necesita de una iglesia, que hasta ahora ha sido la gran promesa de tantos iluminados, prestidigitadores, matasanos, profetas, facultativos y aparecidos, que comparten, eso sí, un mínimo denominador común: dirigentes del fútbol y fieles de la U, por cierto.
Excepto, quizás, en la actualidad, donde brilla la ilusión del negocio y del tesoro azul.
En general, entonces, han sido dirigentes con voluntad y grandes intenciones, pero finalmente dirigentes sin dirigible.
Ya se sabe el resultado: demasiadas primeras piedras y aún nada construido.
La situación de calle del equipo se convirtió en una broma cada vez más repetida y cruel: el estadio de la U.
Esa es la pena y desde ahí parten los males.
Sin residencia fija donde jugar necesita acudir a la buena voluntad de terceros. Debe, ay, estirar la mano y mendigar una casa ajena. En cualquier región del país, donde haya posibilidades y acomodo. Es el viajero cada vez más pobre y más pedigüeño.
Y por eso la U provoca la tristeza del vagabundo que perdió su lugar en el mundo y aún no encuentra hogar ni rumbo.
Una casa, faltaría más, el lugar donde se entra sin golpear y se le recibe como corresponde, léase con generosidad y afecto.
El templo que da cobijo y cuartel.
El cuartel para los lazos de la sangre y el cariño.
Un lugar donde permanecer, una casa propia, un estadio.
No hay nada más triste que un romántico viajero en situación de calle.