Soy fan de Alexis Sánchez, nuestro ídolo del fútbol. Por eso me dolió cuando la prensa italiana esta semana le cambió su apodo: de “niño maravilla” pasó a ser “niño pesadilla”. Es que lo culparon de la eliminación de su equipo, el Inter de Milán, de la Champions League, al ser expulsado por cometer dos fouls durante el partido contra el Liverpool.
Así de ingrata es la afición.
Lo injusto es que la misma barra brava que te incita a meter pierna fuerte y que aúlla de placer cuando barres a un adversario, te agrede cuando se te pasa la mano y te expulsan y luego tu equipo pierde porque faltó un jugador en la cancha.
Pero lo peor es que eso te hace perder el respeto y el apoyo del “Gran Público”, ese que quiere que tu equipo gane, pero que observa desde su casa el partido y no quiere que nadie salga lastimado, sino que simplemente haya un buen espectáculo y ojalá termine todo en triunfo.
Entonces, por tratar de complacer a la barra brava, a la que no le basta con el triunfo, sino que quiere arrasar al otro equipo —enemigo al cual doblegar—, uno termina abucheado por todos. Y pasa de ser “maravilla” a “pesadilla”.
Muchas veces he dicho en esta columna que hay varias cosas del fútbol que son válidas para la política.
Un ejemplo de esto es la situación del Presidente Gabriel Boric. Es indiscutiblemente el “niño maravilla” de la izquierda hoy. Y puede seguir siéndolo, o puede también mutar a “niño pesadilla”.
Si Boric no logra cumplir con las promesas que hizo, si no es capaz de estar a la altura de las expectativas que sembró en sus propios adherentes, verá cómo los mismos que lo encumbraron lo dejarán caer. Y no le servirá echarle la culpa de las frustraciones al empedrado (o a la derecha, que hoy por hoy no es mucho más que el empedrado). Eso le servirá un par de meses, quizás, pero no mucho más. Cuando uno empieza a decir que va perdiendo el partido porque el pasto está muy largo o porque le afecta la altura la cosa no tiene solución y además suena patético.
Lo peor sería que Boric caiga en la trampa de tratar de complacer a la barra brava. Porque si empieza a jugar al límite del reglamento o a patear canillas o a insultar al árbitro (o al juez, que es sinónimo) corre el riesgo de quedar mal con todo el mundo.
El mismo día que asumió el poder hizo un primer gesto a la galería: retirar las querellas contra las personas acusadas de delitos violentos en el marco del 18-O. Su barra brava aplaudió, pero ahora le pide más; quiere que liberen ya a todos los presos. Entonces el “niño maravilla” podría hacer una jugada más osada y amnistiarlos, con lo que provocaría la algarabía de la barra brava. Pintarían su rostro en las banderas, inventarían cánticos en su alabanza y él para ellos evolucionaría desde “niño maravilla” a “niño dios”.
Pero ¿qué pensaría el Respetable Público de todo aquello? ¿Estaría de acuerdo? ¿O sentiría que Boric, por temor o por codiciar la popularidad de la “torcida” (sinónimo de hinchada), simplemente se excedió?
Alexis, tratando de hacer lo mejor en un partido clave terminó haciendo lo peor. Es que el camino empedrado al infierno está lleno de bienintencionados que se pasaron de rosca.