El primer triunvirato en la Antigua Roma —Pompeyo, Craso y César— terminó con una guerra civil en la que resultó ganador Julio César, quien puso fin a la República Romana. El segundo, compuesto por Marco Antonio, Octavio y Lépido, también terminó en una guerra civil. El vencedor fue Octavio, quien, como César Augusto, será el primer emperador de Roma.
Los triunviratos han sido muy, muy pocos en la historia. Tienden a ser de vida breve y final violento. La historia de Chile conoció el modelo tras el golpe de Carrera, que sumó a Gaspar Marín, por Coquimbo, y a Juan Martínez de Rozas, por Concepción. Más tarde, O'Higgins tomaría “el cupo penquista”, valiéndose de su enorme hacienda en Los Ángeles. Allí, en el segundo triunvirato, radica el origen del conflicto que divide a carreristas de o'higginistas hasta hoy.
Aunque parezca una exageración, la comisión de Sistema Político de la Convención llevará al Plenario una propuesta que, en la práctica, constituye un triunvirato: Presidencia, Vicepresidencia y Ministerio de Gobierno ejercen juntos la función ejecutiva. Los dos primeros son elegidos por el pueblo; el tercero es de la confianza de la Presidencia. Entre las atribuciones de este superministro está la de “ejercer la coordinación política de los ministros de Estado”; “coordinar la relación política del Gobierno con el Congreso Plurinacional y el Consejo Territorial” e incluso “nombrar uno o más ministros o ministras coordinadores en áreas específicas” (art. 62 bis). Es decir, el superministro coordinador puede construir su propio diseño ministerial, al interior del diseño político del Presidente. Es un gobierno al interior del gobierno.
Detrás de esta propuesta radica el último intento de la minoría “semipresidencial” y su germen “parlamentarista”, ambos derrotados en la comisión. En el fondo, existe en la propuesta un supuesto “monárquico” donde se divide la jefatura del Estado de la conducción del gobierno en el día a día. Esta propuesta no separa explícitamente una función de la otra, más bien camufla esta tesis bajo la “opción” de recurrir al superministro. La intención, por supuesto, no es “coordinar”. El objetivo apenas disimulado es despojar a la Presidencia de la jefatura del gobierno y transformarlo solo en jefe de Estado, sembrando una semilla semipresidencial en el sistema político.
Por la vía de esta válvula, se nos quiere conducir, solapadamente y por la vía de los hechos, a un sistema parlamentarista o semipresidencial al cual se llegaría por “mutación” de la “práctica política”. Este énfasis en el aspecto práctico de las normas pasa por alto que la práctica no se trata, simplemente, de una concatenación de hechos y decisiones. Más bien, la práctica política se articula en torno a la noción de “crisis”. Serán, en efecto, las crisis políticas las que impondrán la “necesidad” de nombrar un superministro; luego, el cambio de persona en el cargo o bien la transformación de sus facultades.
Esta figura del triunvirato de facto genera una complejidad escolástica, superflua e innecesaria, pues ya existe el ministro de Segpres, que conlleva la responsabilidad de la coordinación con el Congreso. La hipótesis central es que el superministro presentaría al Congreso un “programa”, siendo esta idea una de las más repetitivas en la tesis semipresidencial. Detrás de esta idea se aloja el supuesto de una práctica política basada en negociaciones parlamentarias sobre un “paquete de leyes”. Esto vendría a torcer, reeducar o sermonear a doscientos años de historia en los que la práctica política se ha basado en los “proyectos de ley” presentados en singular, mientras que la ciudadanía conoce el “programa” cuando vota.
El salto conceptual desde el programa a los proyectos de ley es la obsesión de la tesis semipresidencial dentro de la comisión. Se aloja, en el fondo, un sentido común monárquico. Se pretende erigir una Presidencia-Monarquía que no gobierna, sino que reina a través de su Ministerio de Gobierno. La responsabilidad política, piedra angular del constitucionalismo ilustrado, se diluye, así como los relojes blandos de Dalí. Llegada la hora, ninguno de los tres relojes marcará la hora correcta y se imputarán responsabilidades una figura contra las otras dos. Esa es la dinámica del triunvirato.
Imposible no observar también una simetría con la teología trinitaria-cristiana. El Presidente-Dios gobierna el mundo a través de su Hijo-Ministro, todo en consonancia con el Espíritu Santo de la época, la Vicepresidencia paritaria que acompaña a ambas figuras. ¿Las santas escrituras? El programa negociado al interior del Congreso. El plenario debe rechazar esta ensoñación teológica que se presenta enmascarada como un presidencialismo atenuado.