Luis Roggiero, el director deportivo de Universidad de Chile, fue la cara de la institución luego de la debacle del domingo en el Estadio Monumental. La derrota 4-1 ante Colo Colo no solo fue una goleada. En rigor, se instala como una de las mayores ignominias en la vida del Chuncho. El tema es que antes del partido lo sabíamos todos, a pesar del mal momento que vivía la escuadra de Gustavo Quinteros. De mitad de campo hacia atrás, el plantel de la U carece de jerarquía, variantes y oficio. Un cóctel mortal para cualquier entrenador, más aún en un equipo que posee obligaciones permanentes.
Roggiero no cree ni ve lo que todos observamos. Tuvo el tupé de decir que la plantilla actual de Universidad de Chile es mejor que la del año pasado, que se salvó del descenso en una dramática jornada cuando restaban cinco minutos, luego de la desestabilización interna generada por la nueva administración de Azul Azul. El joven funcionario estableció en la rueda de prensa su conformidad con los nombres, apeló al tiempo de trabajo y afirmó que seguían comprometidos en el desarrollo de los jugadores.
En un club grande, ¿es posible apostar al desarrollo de los jugadores mientras la competencia apremia? Ahí encontramos un factor determinante. Roggiero no sabe dónde está, no conoce la historia ni las exigencias de una masa de hinchas que no resiste explicaciones dialécticas ni de manuales de cursos de liderazgo. Esto es fútbol, hay que ganar o sumar el domingo y la primera exigencia de los responsables técnicos es conocer cuánto calzan sus pingos.
En la estructura del plantel de la U se aprecia el nulo conocimiento de los futbolistas del medio local, de los propios y de los rivales. También es viable plantear que si los jugadores no provienen del corral de Fernando Felicevich o no pasaron por la gestión de su casa de representación es casi imposible que arriben al CDA. En este negocio no habría ningún problema si los fichajes fueran de primer orden o confiables. Al contrario, hasta sería digno de aplaudir. El punto es que quisieron experimentar o en el peor de los casos “meter” jugadores que no poseen los atributos para lucir la camiseta de un conjunto de la envergadura de Universidad de Chile.
Si la U no trae tres refuerzos calados de mitad de cancha hacia atrás, lo más probable es que pelee el descenso. En este escenario, lo peor es el desparpajo de los controladores de Azul Azul, encabezados por su presidente, Michael Clark, y el director ejecutivo, Cristian Aubert. En este diario se escribió esta semana, de acuerdo con fuentes que pidieron reserva, que, a juicio de la plana ejecutiva, la responsabilidad de las contrataciones correspondía a Roggiero y al técnico Santiago Escobar y ellos debían responder.
¿Los directivos se lavan las manos? En el fútbol se sabe que ninguna decisión en la U escapa a la mirada de Clark, Aubert y sus amigos asesores. No corresponde desentenderse de las malas decisiones y cargar el muerto a un tipo que, en su primera etapa de incorporaciones, más allá de sus definiciones matemáticas, no sabe quién es bueno y quién es malo.