Nasser bin Ghanim Nassida Al-Khelaïfi, conocido simplemente como Nasser Al-Khelaïfi, es un súbdito qatarí cuyo gran triunfo en el tenis fue hacer amistad con un miembro de la realeza, pues de ahí saltó al mundo de los negocios y las grandes fortunas. Pero siguió en el mundo del deporte y como dirigente fue investigado por presunto intento de soborno por la sede del Mundial de Atletismo de 2017 (finalmente realizado en Londres) y por soborno para los Mundiales de Fútbol de 2022 y 2026. Como en estos se trataba de la FIFA, habría sobornado a Jerome Valcke, aquel sucio periodista francés, lo que hace suponer que fue cierto. En lo de la sede atlética se trató de su país, en lo de la FIFA lo hizo para su empresa de medios BeIn Media Group, por la televisación.
El presidente del PSG es riquísimo (16 mil millones de dólares, aunque se supone que son de la familia real), pero nada pudo hacer contra Benzema y sus compañeros y después del 1-3 en Madrid bajó furioso a los vestuarios a insultar a los árbitros y a medio mundo (“te mataré”, le dijo a alguien que lo grababa). En fin, no parece un tipo simpático.
En lo que estoy pensando es en que es dueño de un club con una gran resonancia. Siempre rozó la fama y la fortuna. Como tenista fue gran figura de Qatar en Copa Davis y en la ATP alcanzó a estar en dos discretas temporadas. Con el PSG, desde 2011 aparece a cada rato en la prensa mundial por cosas buenas y de las otras.
No quiero decir si es buena o es mala la alta exposición en los medios, el asunto es que en el caso de la Universidad de Chile no pasa nada de eso. Por el contrario, nadie de la jerarquía es tocado. Se puede hablar de Santiago Escobar, el técnico, a quien se le achaca escaso conocimiento del medio y decisiones tácticas erradas; se puede hablar de Luis Roggiero, el gerente técnico, que habría errado, primero, en traer a Escobar, y después en todo lo demás; se puede hablar del plantel, que no tiene nivel en general y cuestionan a Jeisson Vargas, a Felipe Seymour…
Pero, a diferencia del PSG y Al-Khelaïfi, nadie objeta a alguien de la dirigencia. Debe ser el único club del mundo donde algo así sucede. ¿Por qué? Porque la U ha encontrado la fórmula mágica para proteger a sus dirigentes: nadie los conoce. No se sabe quiénes son. Eso, como se estudia en nuestra Convención Constitucional, equivale al Primer Ministro, que siempre sale a la primera de cambio en vez del rey o del Presidente. Es el fusible o, como lo conocimos los viejos, “los tapones”. El tapón de la U es el misterio.
Un antiguo seguidor y gran conocedor de los entretelones azules me escribió después del último Superclásico: “En la U tenemos gerente técnico ecuatoriano, entrenador colombiano y presidente desconocido”. ¡Y así cómo!
No se ha escrito, hasta donde sé, la historia de la U. Es una curiosidad, pues hasta los clubes más modestos tienen la suya en libros muy buenos. Pero hay una cosa que sé: en la historia azul deberán publicarse varios capítulos referidos a sus dirigentes. En general, no han sido buenos los ejercicios directivos de la U y en más de un caso fue más lo que se llevaron que lo entregaron a la institución. Lo que más se destaca entre las posesiones azules es el CDA, una maravilla construida en 9 hectáreas arrendadas por la concesionaria Azul Azul a la Municipalidad de La Cisterna por 47 millones de pesos por mes hasta 2037. Contrato renovable, siempre que a Azul Azul se le renueve la concesión del club.
Entre los miles de seguidores de la U, ¿no habrá alguno que conozca al qatarí…?