Universidad de Chile volvió a perder en el Monumental ante Colo Colo —esta vez con justicia y holgura, porque los albos fueron superiores de principio a fin— y la mecha se encendió como siempre para que explotara la bomba azul.
¿Por qué le pasó de nuevo a la U? ¿Es mufa, maldición, mal de ojo? ¿Se trata de falta de amor propio, de miedo, de pésimo manejo de la tensión? Todas las anteriores parecen ser las respuestas. Por eso es que las cosas no cambian.
Es que el mundo del club Universidad de Chile siempre ha optado por autovalidarse y construir su identidad a partir de imágenes, más que de realidades.
Desde siempre, tanto en las buenas como en las malas que ha vivido en su historia, el que se define como seguidor, hincha, fanático o ultra azul ensalza más lo que pasa en los alrededores, lo ajeno o misterioso y externo, que lo que acontece en la cancha.
Ejemplos sobran.
Pocos son los que hoy, por muy expertos en la historia de la U que se precien, pueden decir cómo jugaba el mítico Ballet Azul o cuál fue la verdadera revolución táctica que impulsó el gran DT Luis Álamos. ¿Acaso jugaba igual que la Católica? ¿De verdad Leonel Sánchez era solo un puntero que mandaba centros perfectos a la cabeza de Carlos Campos? ¿Les suena Ernesto Álvarez? ¿O Pedro Araya? ¿Se sabe que Rubén Marcos jugaba de volante mixto… cuando no existían los volantes mixtos?
No. Se prefiere ensalzar la idea de un equipo “soñado” que pareciera no haber jugado, sino que emergido de la nada para elevarse por los cielos y ganarse un nombre eterno.
Lo mismo pasa con el descenso que sufrió la U. Muchos se atreven a decir que, a la larga, jugar en la B los fortaleció porque nació un espíritu distinto y sufrido que hoy se puede notar. Pero no en sus equipos, sino que… en su barra, que es el corazón, el alma y lo más trascendente que tiene el club. Pero el fútbol, el sello de Universidad de Chile como equipo, ¿acaso cambió o tuvo evolución por esa pasada por Segunda División? A quién le importa. La gente del tablón es la que creció y se convirtió en el “sentimiento azul”.
Por eso es que a la hora de buscar razones de la derrota ante el clásico rival emergen como protagonistas las externalidades, como si ellas fueran capaces de ganar un partido. Los medios ayudan. Algunos cobran cuentas pendientes cuando lo comentan, hablan de “carencia” de ovoides…
Mejor fijarse en tres cosas que ocurrieron en la cancha y que podrían ayudar a entender la derrota del domingo: no puede esperarse que Junior Fernandes actúe como volante con la misión casi exclusiva de impedir que suba Gabriel Suazo; Felipe Seymour y Álvaro Brun dejaron que Leonardo Gil y hasta César Fuentes jugaran a sus espaldas; Ignacio Tapia y Diego Osorio no hicieron esfuerzo alguno por ayudar a Marcelo Morales en la marca de Pablo Solari. Dejaron el forado.