No fue extraño que Leeds despidiera a Marcelo Bielsa. Para nada. Todo entrenador del mundo depende de los resultados y los que estaba consiguiendo el rosarino eran simplemente horribles y el descenso, por cierto, se transformó en una posibilidad real. Y Bielsa ya no daba con la tecla para cambiar el rumbo. No tenía cómo ni con qué.
Claro, a la larga pareciera injusto cómo terminó esta nueva aventura. El entrenador argentino escribió en Leeds una serie de capítulos brillantes e inéditos tanto en el Ascenso como en la primera temporada en la Premier League. Y eso no lo olvidaron muchos hinchas en el momento del adiós, quienes, a través de las redes sociales, quisieron demostrar un solo y gran sentimiento: agradecimiento.
Es que Bielsa provoca eso. Pese a ser públicamente el tipo menos empático de la tierra, tiene la capacidad de conectarse de manera cuasi perfecta con sus dirigidos para implantarles el chip de la alegría irresponsable del fútbol de ataque, de riesgo, de tensión.
Y la gente percibe eso cuando ve jugar a los equipos de Bielsa.
Es felicidad plena con mucho de reivindicación. Es el fútbol de antes, el de las canchas de barrio, el que tiene mayor perfección que el que puede entregar el manejo de la consola.
Sí, es verdad, Marcelo Bielsa ha ganado poco en relación al nombre que tiene. Poquísimo. Incluso lleva para siempre el estigma de haber chocado ese verdadero Lamborghini que era la selección argentina 2002 solo por ser obstinado, dogmático, demasiado apegado a sus principios futbolísticos.
Pero algo tiene que casi todos hablan maravillas de él. O se quieren parecer a él o ser reconocido como su seguidor.
Quién sabe cómo lo hace. Bielsa tiene una fórmula propia y no la comparte con nadie. Y no porque sea egoísta. Simplemente porque sabe, en el fondo, que no hay nadie que pueda ser como él: un DT que prefiere la estética por sobre la obtención de resultados. Y ese no es el negocio.
Seguro que ahora que Bielsa se quedó sin trabajo, volverá a lo suyo. Verá mil horas de fútbol, empezará a detectar jugadores de Sri Lanka que serán figuras en un par de años, y repasará un millón de veces la jugada hecha por un volante de la Tercera División de Honduras que la agregará en su bitácora para utilizarla cuando vuelva a dirigir.
¿Cuándo será eso? Cuando él quiera. No correrá despavorido tras el primer llamado (salvo que sea de su amado Newell's) porque su necesidad no es económica, sino que de motivación. Bielsa irá al lugar donde él se sienta bien, donde estén las condiciones que él requiera. Donde piense que su fútbol pueda ser bien interpretado.
¿Puede ser Chile? Es improbable. El cariño mutuo del hincha con el DT no es suficiente. Acá las cosas no están para patriadas ni trabajos de fondo. No hay nada sembrado. Y por lo que se ha visto en los últimos años, hay pocas semillas para crear una nueva huerta.
Bielsa volverá al ruedo, de eso no hay duda. Y no llegará prometiendo títulos. Solo sangre, sudor y lágrimas para alcanzar lo que él cree es la felicidad en el fútbol.
Y lo curioso es que muchos querrán un poco de su extraña filosofía.