En el año 2045, Alice Barelli (Elsa Zylberstein), separada, sin hijos, pasa una tarde con su amigo –y aspirante a amante– Max (Stéphane de Groodt) y su hijo adolescente Leo (Hélie Thonnat). La visita tiene evidentes propósitos de seducción, pero es arruinada por otra visita, la del exmarido Victor (Youssef Hadji), con su joven novia (Claire Chust) y su hija adoptiva Nina (Marysole Fertard), que van camino a un resort virtual. En el intertanto llega también la vecina Francoise (Isabelle Nanty), que busca a su extraviado robot personal, que le sirve bastante más que de trainer.
Es una tarde extraña, porque hay una enorme disrupción en la ciudad: una alteración de todas las formas de tránsito y mensajes recurrentes de los Yonyx, una policía estatal que además de vigilar produce unos spots destinados a recordarles a los humanos que son una raza miserable. Los avisos aparecen en pantallas invisibles que ocupan cualquier parte de la sala. Los siete humanos que se reúnen en la casa descubren de pronto que no pueden salir: están recluidos por órdenes de los Yonyx, con el pretexto de la inseguridad externa.
La casa de Alice es atendida por cuatro robots que hacen todas las tareas del hogar, incluida la atención a los invitados. Estos androides se sienten más cerca de los humanos, lo que los pone en contradicción con los Yonyx, mucho más modernos, poderosos y ambiciosos.
El mundo de Jean-Pierre Jeunet (Delicatessen, La ciudad de los niños perdidos, Amélie) se confunde con el de la caricatura o, si prefiere, lleva al cine hasta los bordes de la historieta. Sus personajes son excesivos, estridentes, incapaces de disimular sus motivaciones; sus decorados se definen por los colores intensos y la fantasía del diseño; el espacio es continuamente distorsionado por el uso de lentes de gran ángulo y una cámara que se desplaza de manera desorientadora.
En su primera capa, BigBug emplea estos recursos para contrastar los valores de los siete encerrados (tienta recordar El ángel exterminador, de Buñuel) con sus deseos reales, más lascivos y mucho menos nobles de lo que declaran. Aquí son importantes los androides domésticos, que tratan de identificar qué es lo realmente humano. En la segunda capa, esta pobre y poco edificante humanidad debe enfrentarse a una amenaza mayor: el potencial totalitario de la tecnología, cuya rebelión es precisamente contra la debilidad, la comodidad y la cultura (incluyendo una quema de libros como la de Fahrenheit 451).
BigBug es una fábula, basada en personajes tortuosos, planteamientos simples y múltiples referencias al propio cine. Descontada la impenitente calentura de sus caracteres, es una película infantil. El sexo no siempre hace al cine más maduro.