La democracia permite a la sociedad, de cuando en vez, elegir quién la gobierna. Ello no asegura que se materialicen los valores a los que aspiramos —como libertad o igualdad—, pero nos permite procesar nuestros conflictos de forma pacífica: lo que antes se resolvía con balas, se resuelve ahora con elecciones. Esto puede parecer poca cosa, pero en la historia humana se ha derramado mucha, mucha sangre que podría haberse evitado con democracia. El derecho a voto estuvo fuera del alcance para la humanidad casi entera hasta recién el siglo pasado, y hoy hay todavía una mitad del mundo que no vive en democracia, incluidos países con un pasado democrático.
Las elecciones producen ganadores y perdedores, aun cuando sean temporales. Siguiendo a Adam Przeworski, para que la democracia funcione, es necesario que los perdedores crean que tienen posibilidades de ganar en el futuro y, más aún, que consideren que perder no es demasiado gravoso. He ahí un peligro de la polarización: cuando los perdedores (actuales o futuros) ven a “los otros” como una amenaza, perciben que lo que está en juego es simplemente demasiado; no aceptar el resultado de la elección se vuelve tentador y, quizás, ello invite a recurrir a las balas.
Puede parecer exagerado, pero en Estados Unidos, una de las principales democracias del mundo, recién un grupo intentó mantener el poder por la fuerza y una mayoría de los perdedores aún desconoce el resultado. Afortunadamente, EE.UU. cuenta con sólidas instituciones que han encauzado el conflicto, pero me pregunto si nuestras instituciones, en tela de juicio y refundándose, habrían tenido el mismo éxito.
El problema, más aún, es que como dijera Tolstoi, las personas, incluso aquellas “que son muy inteligentes (…), rara vez pueden discernir incluso la más simple y obvia verdad cuando esta las obliga a reconocer la falsedad de conclusiones que se habían formado (…), que han enseñado a otros y sobre las que han construido sus vidas”. Es así como aun cuando el apoyo a la democracia como forma de gobierno, en abstracto, sea mayoritario, los ciudadanos están considerablemente más dispuestos a violar las reglas democráticas cuando tienen el gobierno de su lado.
Un estudio reciente para EE.UU. analiza encuestas desde 2006 y muestra que la justificación a cerrar el Congreso ante una crisis depende de si el signo del Presidente es el propio: bajo Presidente republicano, casi un tercio de los republicanos y poco más del 10% de los demócratas lo justifican, mientras que con Presidente demócrata, lo justifica menos del 5% de los republicanos y más del 20% de los demócratas (Simonovits et al., 2021). Esta “hipocresía democrática”, muestra el estudio, se acentúa con la polarización, en concreto cuando las personas son partisanas y cuando ven a los del otro lado como una amenaza.
Asegurar que los perdedores, actuales y futuros, no se vean amenazados ante un gobierno contrario es esencial para nuestra democracia. Las instituciones deben propender al diálogo, a los acuerdos y no a realzar las diferencias. La polarización es peligrosa y mitigarla debiera ser un objetivo primordial de la Constitución y de los gobernantes democráticos.