¿Podrá un hincha fiel, es decir, alguien devoto y sufriente, después de analizar el juego y el partido de marras, poner el dinero de la apuesta en el rival y no en su propio equipo, que es el de su historia y amores?
¿Podrá la razón, por tanto la estadística, posición en la tabla, desde luego los porcentajes y el evidente desequilibrio entre los planteles, decidir la apuesta y relegar la devoción y fidelidad?
¿Podrá un hincha de Antofagasta apostar por el contrincante de esa jornada, digamos Universidad Católica en San Carlos de Apoquindo, y no por el cuadro seguido durante décadas, debido a su padre y antes por su abuelo, ese caballero que tanto admiró al paraguayo Lucio González, emblema de los “pumas” del norte, hace poco más de medio siglo?
¿O un antiguo seguidor de Huachipato, digamos ese viejo que tanto admiró al uruguayo Carlitos Sintas, cuando salieron campeones en 1974, ver lo que viene por delante —enfrentan a Colo Colo en el Monumental— y apostar por el Cacique una parte mínima de su menguada jubilación?
¿Será posible el desdoblamiento de personalidad y separar claramente la pasión de la razón?
Se trata de lo que más cuesta ganar y es tan fácil de perder: la plata.
Es una apuesta, qué tanto.
No se va a caer el mundo y nadie lo va a saber.
No es traición ni nada parecido, no estamos en la Guerra Fría.
Es por un asunto lógico y calculado, hablamos de apuesta metálica y del imperio de las cifras, donde los porcentajes son la verdad sin remedio: 10% para el triunfo de mi club; 20% para el empate y un 70% va para la victoria el otro equipo.
En mi fuero interno, de esto no hay duda, sigo con mi enseña y las de mis ancestros y territorio, sean de Antofagasta, Huachipato y de cualquier otro, porque en esto no hay cambio ni torcedura alguna.
En mi fuero íntimo, entonces, sigo siendo el de siempre, y eso es lo fundamental.
En mi fuero externo, a la hora de apostar online, me desdoblo, y si antes era Jekyll, ahora soy Hyde. O viceversa, sin dobles lecturas ni letra chica.
No hay que ser tonto ni tampoco fanático. No estamos hablando de fútbol, sino de algo diferente y líquido, donde el único partido que realmente importa está encadenado a otros resultados: empate de East Riffa versus Al Ahli, gana Lorient a Montpellier y Nova Iguacu pierde contra Bangu. Es como otra dimensión, da lo mismo, es una cosa global sin nada personal, donde no hay traición ni deslealtad, por lo tanto no hay dolo ni falta ni deshonra. Es por un partido o por varios.
¿Después de tantos años, o de algunos o de pocos, y solo en casos de apuesta, juego y plata, me puedo ir al otro equipo?
La respuesta cae como rayo: no.
Maldición eterna para el que no la escuche: ¡No!
Mil veces no.