Llegó la hora, al parecer, de que la escuela funcione otra vez en su espacio físico tradicional, lo cual no implica echar al olvido las lecciones que esta fase de educación en un período de emergencia sanitaria pudo aportar.
La impresión que me queda, visto desde fuera, es que se hizo lo que se pudo, pero eso que se pudo es poco.
El sistema de educación en Chile es heterogéneo en muchos aspectos. Sabemos que las instituciones que la imparten son de distinto tipo y la calidad educacional es diferente. Sabemos también que durante la pandemia cada colegio, incluso, afrontó la emergencia a su manera y con distintos resultados según su realidad y la realidad social en que las escuelas se insertan. Nunca como antes, la escuela se trasladó a los hogares y, en consecuencia, la forma de vida de esos hogares imprimió con tanta fuerza su realidad en la educación.
Si la formación de una persona es, a la vez, el más alto propósito, pero también el más difícil de alcanzar para el bien de esa persona y de la comunidad donde vive, incluso cuando las condiciones en que se ensaya ese proceso son las óptimas, cuánto más dudoso es que se haya tenido un éxito relativo en él si las condiciones fueron a tal grado plenas de impedimentos.
Si, en tiempos más normales, el oficio escolar intenta remediar las desigualdades a que injustamente puede ser restringida la potencialidad semejante de los estudiantes a raíz de las distintas condiciones culturales de cada hogar, cuánto más difícil es lograr ello si el aula y la casa se hallan casi fusionadas.
No puede la educación volver a la escuela omitiendo estas graves anomalías, no puede seguir como si nada hubiera pasado en estos años. Sería una educación no educada.
Es por ello por lo que, humildemente, por lo menos según la experiencia de que soy testigo en el mundo rural, pienso que es urgente partir con una evaluación, pasar de la impresión que yo u otra persona tienen a un balance más seguro y máximamente diferenciado del estado actual de un proceso que se interrumpió tan ferozmente; evaluar, si pudiera, alumno por alumno.
También pienso, con la misma cautela, que el año escolar que se inicia, necesariamente debe ser distinto a otros. Priorizar es el lema: la lectura, las matemáticas y la integridad —no sé cómo llamarla— “socioemocional”. Esas prioridades no solo deben comprometer a esta o aquella asignatura, sino a toda la comunidad escolar, pues un bache en esos rubros frustra todos los demás. En seguida, aplicar estrategias específicas para intentar remediar las necesidades especiales que se detecten. Cuidemos la vuelta a clases.