Un pariente que andaba de vacaciones en el sur (¿todo el mundo fue al sur este año o es idea mía?) se enteró de la polémica por las abultadas cuentas en los locales para comer mariscos en la caleta de Angelmó. Ese mercado solía ser una de las mejores “picadas” para comer rico y barato en el país.
Pero este verano se denunció que ahí por una paila marina había que desembolsar $18.000; por un pollo con arroz $12.000; y $3.000 por una gaseosa. Una familia de cuatro no almorzaba en Angelmó por menos de $100.000, cuando en cualquier otra “picá” nacional uno se alimenta sin problema por la mitad.
Después de informarse y comentar en redes sociales sobre el lío de las cuentas, mi pariente decidió ir a almorzar con su familia al mercado de Angelmó. Hizo el siguiente cálculo: los locatarios del mercado se asustarán con la polémica, que llegó hasta los noticieros, y bajarán los precios por temor a entrar en una rápida decadencia debido a la ausencia de una clientela espantada por los precios altos. “De seguro comeremos rico y barato”, le dijo mi pariente a su familia.
Cuando llegaron tuvieron que hacer una fila de media hora para encontrar una mesa libre. Pidieron, comieron rico, pero cuando llegó la cuenta se espantaron al ver que la paila marina ahora costaba $22.000; el pollo con arroz, $15.000; y la gaseosa, $5.000.
El garzón les explicó que la polémica mediática trajo mucha más clientela: “Alguna gente viene por curiosidad, para saber si es cierto lo de los precios; otros, para sacarse fotos y subirlas a Instagram y hacer alarde de que pueden pagar estas cuentas; otros, por una conducta aspiracional; algunos pocos, para juntar odio y poder despotricar por Twitter… y ustedes, que vinieron pensando que bajarían los precios”.
“Mire, señor, mientras tengamos una economía libre, mientras no nos vengan a fijar precios, vamos a cobrar lo que se nos dé la gana. Esto está lleno, todos los días. Si usted no pregunta los precios antes de pedir es problema suyo. Si viene lleno de prejuicios sobre lo que esto debería costar es problema suyo. Pero como me dio ternura su reflexión le voy a hacer un descuento: $18.000 la paila marina, $12.000 el pollo y $3.000 la gaseosa”, dijo el mozo.
Mi pariente se puso de pie, le dio un abrazo sin mascarilla y le dijo “muchas, muchas gracias, es usted un gran hombre”. En la noche mi pariente subió a Instagram varias fotos de su almuerzo en Angelmó, la más importante fue la foto con el garzón acompañada de esta frase: “Comimos rico y barato, gracias al buen descuento que nos hizo este gran hombre”.
Mi pariente contaba esta historia con gran entusiasmo en mi casa al regreso de su viaje al sur. Pero a mí me deprimió un poco. “Es lo mismo que está pasando en la Convención Constitucional”, dije de pronto ante la sorpresa de todos, que me reprochaban mi típica conducta aguafiestas.
“Es lo mismo. Es la vieja teoría del ‘tejo pasado': estaremos agradecidos cuando en vez de aprobar la eliminación de todas las instituciones solamente eliminen el Senado y en vez de expropiar todas las actividades productivas expropien solo la minería. Estaremos agradecidos por el ‘medio descuento' que nos hizo la Convención y hasta celebraremos en redes sociales”.
Fue otra velada que terminó abruptamente y en que me tocó lavar los platos solo.