No nos sigamos mintiendo. Si en una de esas se alinean los astros y se logra la clasificación a Qatar, solo se tratará de un guiño insólito del destino. Chile no ha hecho los méritos, no ha tenido la suerte ni la buena dirección para conseguir ese objetivo. Apenas sí un grupo de jugadores brillantes que se niega como generación a entregarse y a otro que ha querido, en medio de tanta limitante, alzarse como el recambio que nunca se buscó seriamente.
Pero lo lógico es que no pase eso y que por segundo Mundial consecutivo Chile se ausente. Y de verdad, si así fuera, no sería una injusticia sino que el exacto castigo por un trabajo mal hecho. O derechamente, por la falta de una labor mínimamente diseñada y ejecutada para pelear por la meta propuesta.
Claro, a la hora del inevitable balance, saldrán a relucir una serie de culpables que merecerían ser llevados al cadalso: el dirigente inepto que prefirió ahorrar un par de millones antes de realizar un trabajo de fondo en la series juveniles; el empresario inescrupuloso que se dedicó a vender en verde ante pequeños ofertones; el entrenador poco generoso que solo pensó en el aquí y ahora en lugar de buscar la forma de dejar una huella futura…
Todos saldrán al baile en el momento del ajuste de cuentas.
Pero hay que decirlo claramente: no se ganará nada con salir a cortar cabezas. Ni menos ponerse a llorar porque en el momento de la crisis lo que hay que hacer es levantar la cabeza y realmente ahora sí ponerse a hacer las cosas como corresponden.
¿Cómo hacerlo? Planificando, probando y evaluando. Pero hacerlo no en forma destructiva, sino que al contrario, aprovechando todo lo que la generación saliente dejó como enseñanza. Es decir, estableciendo una hoja de ruta que comenzará detectando aquello que sirve como material aprovechable.
En ese sentido, el nuevo proceso deberá ser sostenido por los jugadores que en el último tiempo han logrado alzarse como dignos seguidores de la generación que se va. Los que hoy tienen cierto nombre en las ligas internacionales donde compiten, como Ben Brereton, Paulo Díaz y Erick Pulgar, unidos a otros valores del plano local, como Sebastián Pérez, Marcelino Núñez, Gabriel Suazo, Joaquín Montecinos y Diego Valencia, entre otros, deben constituirse en la base en la cual se empezarán a construir el equipo de la transición que será la encargada de enfrentar los desafíos de mediano plazo, incluido el próximo proceso eliminatorio.
No bastará, sin duda, con la simple conjunción de jugadores.
Terminado el actual proceso, lo inmediato y urgente será determinar cuál es verdaderamente la labor que propone el gerente técnico de las selecciones nacionales. Ello porque Francis Cagigao, hasta ahora, ha seguido la lógica del supraentrenador que se dedica a hacer grandes alocuciones, sin ser aún capaz de esbozar pública y sencillamente un proyecto. De no lograr presentar un plan coherente y mínimamente aceptado por el medio técnico nacional, mejor es dejarlo partir para que siga construyendo su carrera en el scouting, que es donde parece se siente mejor.
La tercera parte es encontrar un director técnico que no solo tenga nivel competitivo (que es algo que los últimos entrenadores de la Roja no han tenido) y sea capaz de imponer una idea de juego, no para agradar al medio, sino que para obtener resultados.
Si cada una de estas rutas se siguiera, si las tres lograran cohesionarse, créase una cosa que parece hoy inentendible: hay cosas buenas de ser eliminados de ir a un Mundial.