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Editorial
Jueves 27 de enero de 2022
La DC y su futuro
Abandonada por sus exsocios, la colectividad vive su momento más incierto.
La Democracia Cristiana vive tal vez su más incierto momento. A su debacle en la última elección le siguió la decisión del Presidente electo, Gabriel Boric, de prescindir de ese partido en el nuevo gobierno. Aunque, en rigor, la colectividad nunca manifestó intención de incorporarse a la futura administración, el ingreso a ella de sus históricos aliados —PS, PPD y radicales— la deja en el aislamiento político. Corolario de todo ello, el domingo pasado se realizó la primera vuelta de una deslucida elección de directiva, sin liderazgos asentados compitiendo.
Signo de su retroceso, la caída en el desempeño de la DC en comicios parlamentarios ha sido impresionante. Si en la elección de diputados de 1989 obtenía casi 1,8 millones de votos, en las últimas legislativas apenas logró 284 mil. Ello es reflejo de una crisis en la que confluyen factores diversos.
El crecimiento de la DC en Chile respondió en parte al momento de la Guerra Fría, cuando se instaló como una especie de tercera vía entre capitalismo y marxismo. Luego, en el escenario de tensiones de la transición, en el que la Iglesia Católica aparecía como la institución más respetada del país, el falangismo se proyectaba como una alternativa moderada y capaz de asegurar estabilidad democrática. Hoy, cuando la Guerra Fría es un recuerdo y la Iglesia ha visto fuertemente mermada su influencia, el proyecto DC ha perdido parte de su sentido. Ello explica que sean muchos los países en los cuales este partido prácticamente ha desaparecido. Sin embargo, en los lugares en que aún es una fuerza relevante, se trata de colectividades de centroderecha, con el caso emblemático de la CDU alemana.
Aunque es cierto que en Chile la DC siempre estuvo más ligada a la centroizquierda, ha vivido durante la última década un progresivo desdibujamiento de su identidad y el abandono de sus valores tradicionales. La alianza con los comunistas en 2013 para conformar la Nueva Mayoría ha sido posiblemente la muestra más palpable de esa pérdida de domicilio político. El estallido de octubre de 2019 marcó la deserción de cualquier intento por recuperar un perfil más centrista, al punto que las posiciones de muchos de sus parlamentarios se tornaron indistinguibles de la izquierda más radical. Haberse sumado al apedreamiento de “los 30 años” y el fracaso de la candidatura presidencial de la senadora Yasna Provoste fueron otros hitos en esa deriva.
Descartada la posibilidad de entrar al gobierno de Boric y abandonada por sus exsocios, la pregunta es qué rol jugará en adelante la DC. El partido mantiene una fuerza territorial no despreciable, con 46 alcaldes y 4 gobernadores regionales. Más aún, su menguada presencia parlamentaria —5 senadores y 8 diputados— puede darle incidencia en un Congreso en el que no existen mayorías, en la medida en que esté dispuesta a actuar como una suerte de partido bisagra.
Con todo, sus reales posibilidades de recuperar relevancia dependerán decisivamente de su capacidad para hacerse cargo de las causas de su declive y a partir de ello refundar su acción política. Si esto no ocurre y en cambio se agudizan su desperfilamiento y la identificación de muchos de sus congresistas con posturas cada vez más populistas y radicales, será difícil apostar por la viabilidad futura del que ha sido uno de los principales partidos que ha tenido el país en su historia.