Conformidad, alivio e incluso esperanza. Algo de eso, o sensaciones parecidas, se dice que experimentaron “los agentes económicos” cuando supieron quién va a ser el nuevo ministro de Hacienda.
Pero ¿existe en estado puro algo así como “los agentes económicos”? ¿No somos acaso todos los habitantes de esta tierra mucho, mucho más que simples productores o consumidores, patrones o asalariados, como para experimentar conformidad, alivio e incluso esperanza ante un anuncio tan circunscrito como el referido al jefe de las finanzas del Estado?
Si había buenos fundamentos para pensar que el nuevo gobierno venía a quitarnos tanto la bolsa como la vida, algunos parecen estar conformes, aliviados y esperanzados porque ya no corre grave riesgo —piensan— su bolsa. (Cosa que, por cierto, no está además en absoluto asegurada).
Bueno, pero, ¿y qué pasa con la vida?
Sí, la vida. Ese entramado de proyectos y vínculos, de aspiraciones y relaciones, de historias y diversidades, del yo y los otros, en que la variable económica, el bolsillo, la billetera, ¡la bolsa!, no es más que una de las tantas dimensiones que conforman lo propiamente humano. No vaya a suceder —desgraciadamente, sucederá— que para importantes sectores que no votaron por Boric, supuestamente garantizada la seguridad de la bolsa, importe poco la vida. Que su conformidad, alivio e incluso esperanza, asociados a los manejos de la macroeconomía, los lleven a olvidarse de la microvida, que es verdaderamente la macrorrealidad.
Motivos de alerta frente a los posibles daños que el gobierno de Boric pueda causarle a la vida —insisto, considerada como trama de lo más propiamente humano— hay suficientes en su programa, en la trayectoria legislativa de su coalición y en las ideologías que lo sustentan.
La educación, la familia, las relaciones laborales, las culturas, la historia patria, las artes, las libertades, en fin, todo el entramado de la vida, están enfocados desde el Frente Amplio y el PC a partir de las coordenadas propias del proyecto de deconstrucción que es funcional al nuevo armado neomarxista. Por supuesto, la mirada socialista no es ajena a esos propósitos.
Qué importa que la vocera diga que el próximo será un gobierno socialdemócrata y de centroizquierda, si los ejemplos que usa para rellenar ese recipiente son los del feminismo, el ambientalismo y el animalismo. Qué importa que se discuta sobre moderación o gradualidad, si esos tres pañuelos verdes que decoraban sendas muñecas ministeriales no tienen nada de coquetos, sino que son —en sentido estricto— amenazas de muerte para los más débiles, para los embriones indefensos.
Por supuesto, una vez más nos dirán que ya estamos viendo fantasmas, cuando ni siquiera ha comenzado la función. Sí, lo mismo nos dijeron a quienes votábamos Rechazo, a quienes calificamos la conformación de la Convención como la crónica de una muerte de Chile anunciada. Una vez más, los opositores al próximo gobierno se verán enfrentados a esa disyuntiva última: o el realismo o la ilusión.
Puede ser que se encuentre en los precarios equilibrios parlamentarios el freno al proyecto gubernamental destinado a cambiarnos la vida (quizás permitiendo que por un tiempo más se disfrute del anestésico uso de la bolsa), pero, ¿es que no hay una amenaza tanto más grave que la gubernamental en la forma en que la mayoría de la Convención se propone transformarnos la vida? “Refundar Chile”, dicen; ¿le suena?
A dos pinzas convergentes nos veremos, por lo tanto, enfrentados. A la gubernamental y a la de la Convención. ¿Cuál de las dos va a apretar más fuerte? Hay gente que no se lo plantea. Está feliz con la supuesta seguridad de su bolsa.