Colo Colo le sacó ventajas a Universidad Católica de cara a la final de la Supercopa en el momento que el cuerpo técnico encabezado por Gustavo Quinteros le propuso a la directiva de Blanco y Negro hacer la pretemporada en Buenos Aires.
No es exagerado. Quinteros, aparte de privacidad y control total de sus jugadores en un momento tan importante de planificación de lo que se enfrentará en el año, quería tener la posibilidad de que sus futbolistas pudieran alternar, aunque fuera en un tiempo reducido, con rivales de mayor jerarquía en los momentos en que se decidiera hacer partidos de práctica. El ritmo, la fortaleza e incluso la actitud de los argentinos, ya sea en encuentros amistosos formales (como ante Boca Juniors) o en una pichanga o picado de 30 minutos (frente a Fénix y Estudiantes de La Plata), sin duda serviría de buen espejo para el plantel colocolino, tanto para los avezados como para las noveles figuras.
En Concepción se notó en parte esa experiencia. Porque Colo Colo exhibió mayor convicción, más seguridad en sus capacidades futbolísticas que una Universidad Católica más recatada y que solo “estiró piernas” en medio de su trabajo de fortalecimiento físico ante rivales de menos jerarquía, que no representaron mayor exigencia desde el punto de vista competitivo (Magallanes, Quintero y el equipo del Sifup).
Claro, esto no implica que con el correr de la preparación esas diferencias vayan disminuyendo e incluso desparezcan. Pero no deja de ser un buen ejemplo a seguir eso de buscar exigencias mayores desde el inicio de un proceso de preparación.
No es lo único en lo que, en esta ocasión puntual, Colo Colo le sacó ventajas a Universidad Católica.
A diferencia de su colega Cristian Paulucci, el DT Quinteros no solo estructuró la oncena inicial a partir de una idea que sus jugadores ya tienen asumida, sino que, además, fue moviendo el equipo de acuerdo a las circunstancias que le presentaba el partido, pero sin alterar la matriz habitual (salvo cuando, al final, conformó la línea de tres en el fondo para soltar a Opazo y a Suazo).
La Católica en cambio, pareció estar probando fórmulas.
La construcción del mediocampo Núñez-Galani-Gutiérrez anunciaba una idea interesante, pero que no parece aún bien asumida por los jugadores: acentuar el buen pie, pero disminuir la posibilidad de variantes. Ello limita demasiado en especial cuando el rival tiene marcadores fieros y fijos que no dejan conducir la pelota (como Fuentes y Pavez, en este caso). Ahí se requiere más fortaleza física y despliegue que fineza. Y de eso careció ese sector cruzado.
Tampoco el DT de la Católica reformuló de acuerdo a lo que le pedía el devenir del encuentro. El ingreso de Buonanotte por Gutiérrez fue solo una nueva versión del pensamiento asumido en la banca de que el volante ya no está para la conducción del equipo y no una forma de buscar mayor creatividad; y el cambio de Orellana por Ampuero simplemente no tuvo pies ni cabeza.
Cierto es que esta final de la Supercopa fue el reflejo del estado de situación al inicio de la temporada. Una especie de fotografía del momento que no alcanza para hacer mayores proyecciones.
Pero fueron señales. Y esas, nunca hay que obviarlas.