Se dice que hay una marcha a la moderación y al realismo. Wait and see. Cierto, lo ideal es que de la Convención surja un proyecto de Carta que sea fruto de las ideas de una mayoría nacional que tome en cuenta los puntos de vista minoritarios, aunque los asuma parcialmente, y de la experiencia de la historia de Chile y del mundo.
La minoría escéptica, que va más allá de la derecha, aunque no lo confiese, sabe perfectamente que deberá transar para poder sumarse a una expresión nacional. Todo o casi todo, con tal que existiese una cierta continuidad con la tradición chilena que no ha sido tan antidemocrática como livianamente se afirma, y con lo que sea mínimamente razonable a toda Carta de una democracia a la que concedamos la calidad de tal. Si en cambio aparece un amasijo de autoexpresiones ininteligibles; o un documento bolivariano, remedo de Constitución, para muchos se nos haría demasiado cuesta arriba votar a favor de un documento que en el mejor de los casos haría ingobernable al país, y en el peor lo precipitaría en un abismo.
¿Cuáles serían los rasgos que impedirían apoyar un documento, según lo que trasciende de una mayoría de los dos tercios que aproximadamente domina la Convención?
1.- Que en nombre de la plurinacionalidad —un engendro incomprensible— se ponga en peligro la unidad territorial del país. 2.- Un diseño de los poderes públicos que elimine o debilite irremisiblemente la división de poderes; o parecido a una asamblea unicameral con potestad omnipotente, desde siempre antesala para un César o un Stalin. 3.- Una conformación claramente política del Poder Judicial. 4.- Una limitación de la libertad de prensa, como lo que proponía el alcalde Jadue. 5.- Una policía institucional del pensamiento, como diría Orwell, es decir, un catecismo sobre lo que hay que decir junto a amenaza de penas del infierno para el que se aparte de lo políticamente correcto. 6.- Que contenga un ordenamiento económico y de derechos sociales exigibles que vuelva imposible todo manejo racional de la economía. 7.- Que limite ostensiblemente la libertad de educación y de religión. 8.- Finalmente, pero que quizás debería ser de lo primero, que se desfigure la práctica y doctrina de las fuerzas armadas, de suerte de convertirlas en un brazo de un proyecto revolucionario.
Un mínimo sentido de la realidad nos dice que oponerse a una nueva Carta lleva todas las de perder. El sentimiento de que una Constitución abre las puertas a un paraíso se ha hecho carne en el país. Lo creó una superchería, pero las cosas son como son. No será el casi 80% de mayo pasado, pero sí sustancial como para dejar apabullados a los oponentes; y además todavía permanecerá por este año el efecto del nuevo Presidente.
Por ello, mejor acoger una idea que circula, de que la Convención, si es democrática, debe permitir que la minoría presente su propio proyecto a plebiscitarse como alternativa si no se arriba a un acuerdo satisfactorio que resguarde un mínimo de los principios antes mencionados. La posibilidad de que en este caso pueda ganar el proyecto de minoría es bien magra. Con todo, es muy distinto ser derrotado habiendo proferido un simple “no”, a hacerlo en torno a ideas y principios constitucionales que sean base de las verdaderas democracias modernas. Sería una derrota más cohesiva porque representaría una propuesta.
Entretanto, que se recuerde que la Convención ha soslayado dos realidades. Una, el fracaso tras 200 años de los países latinoamericanos en construir sociedades modelo de la democracia moderna. La otra, que aportaremos con la constitución Nº 253 de la historia de la región. ¿No nos debiera decir algo?