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Editorial
Sábado 22 de enero de 2022
La señal del Presidente electo
Aunque ha situado en el corazón de La Moneda a su círculo más cercano, los otros nombres dan cuenta de un esfuerzo por ampliar su base de sustentación política, incorporando a toda la antigua Nueva Mayoría, con la notoria excepción DC.
La designación de Mario Marcel debe entenderse como la garantía de una conducción más racional y técnica de un proceso cuyas líneas gruesas ya están resueltas, y no como una corrección de esas definiciones programáticas.
Son muchos los alcances del anuncio efectuado ayer por el Presidente electo, Gabriel Boric, al comunicar la conformación del que será su primer gabinete de gobierno. En una ceremonia abundante en gestos reveladores de las sensibilidades y estilos que probablemente caracterizarán a la próxima administración, con sentidas presentaciones a cargo de una conocida actriz, Boric dio a conocer un elenco que situará en el corazón de La Moneda a quienes conforman su círculo más cercano, integrantes todos —junto con el futuro mandatario— de una misma generación, y con trayectorias políticas relativamente similares. Como contrapartida, el anunciado equipo ministerial incluye también a distintos militantes frenteamplistas y del PC, a figuras históricas de la centroizquierda y a independientes, algunos de ellos activistas de causas identitarias. Los nombres dan cuenta de un esfuerzo por ampliar la base de sustentación del próximo gobierno, yendo más allá del pacto Apruebo Dignidad e incorporando a todas las colectividades de la antigua Nueva Mayoría, con la notoria excepción de una Democracia Cristiana que queda así virtualmente aislada.
Dentro de ese conjunto —y como acertadamente han señalado los analistas—, la designación del hoy presidente del Banco Central, Mario Marcel —cercano al Partido Socialista y figura económica clave en los gobiernos concertacionistas—, como futuro ministro de Hacienda, representa tal vez la señal más relevante. En su caso, al papel decisivo que históricamente ha desempeñado esa cartera, se suma una coyuntura particularmente compleja, signada por importantes desafíos en el ámbito fiscal y por las incertidumbres que plantea la agresiva agenda de reformas propuesta por el Presidente electo en su programa de gobierno.
En ese contexto, el nombramiento de Marcel representa un evidente factor de equilibrio, considerando su experiencia profesional y el profundo sentido de Estado de que ha dado muestras en su dilatada trayectoria, en contraste con el ímpetu refundacional que caracteriza a distintos sectores del futuro oficialismo. Ello posiblemente explica la buena recepción dada al anuncio por parte de diferentes agentes y de los propios mercados. Con todo, sería muy equivocado interpretar esta designación como un cambio de rumbo o una señal de modificaciones sustanciales al plan de gobierno. El Presidente electo y su vocera han manifestado con énfasis que todos sus ministros comparten la agenda de transformaciones allí planteada, por lo que es razonable asumir la existencia de una importante sintonía entre el pensamiento de Marcel y el programa de Apruebo Dignidad. Desde esta perspectiva, su llegada al gabinete debe entenderse como la garantía de una conducción más racional y técnica de un proceso cuyas líneas gruesas ya están resueltas, y no como una corrección de las principales definiciones programáticas del Presidente Boric.
El desafío que representa la conducción económica en una coalición que construyó su plataforma en la crítica aguda a gobiernos que están bien reflejados en la persona de Marcel se plantea como una tarea compleja. Posiblemente, será la secuencia e intensidad de las reformas lo que definirá la gestión del nuevo ministro, y su influencia dependerá de la capacidad para concordar con los distintos partidos tal proceso. Por ello, sin desconocer los numerosos atributos y méritos de Marcel, la impronta del nuevo gobierno —en lo fundamental— se encuentra determinada a partir de su propuesta programática y no de quien liderará el manejo de las finanzas públicas. Por cierto, las personas son fundamentales a la hora de implementar tales propuestas —y eso explica la transversal acogida al nombre de Marcel—, pero la decisión del Presidente Boric y sus principales asesores respecto de impulsar un programa de fuertes transformaciones no ha sido relativizada. Así, la tarea del ministro que ha sido designado parece apuntar a administrar de buena manera este proceso, preservando los equilibrios fiscales y asegurando el adecuado diseño técnico de las reformas, pero sin alterar lo sustantivo de estas.
Con todas las justificadas razones que han llevado a muchos a considerar este nombramiento como un acierto, resulta imposible soslayar el hecho de que Marcel es formalmente aún presidente del Banco Central. El paso desde esa cartera a Hacienda es inédito en la historia de Chile post 1990, y constituye una señal de compleja interpretación. Por cierto, aunque ello pudiere complejizar la relación entre el futuro gobierno y el instituto emisor, no existe aquí algún conflicto evidente y en cualquier caso el tema debiera ser adecuadamente manejado por las autoridades. Sin embargo, es desde una mirada institucional que este paso parece más confuso. Hasta el próximo jueves, Mario Marcel mantendrá la doble condición de presidente del Central y de futuro titular de Hacienda. Aunque no participará de las decisiones de política y se ha informado que su permanencia obedece solo a la necesidad de asegurar el adecuado cierre administrativo de su gestión, ello se presta a especulaciones que no contribuyen a la imagen de independencia del Banco. Es difícil encontrar razones que lo justifiquen, y por lo mismo la situación debería ser zanjada con la mayor prontitud, en beneficio del ente emisor y de la propia futura gestión ministerial.