“Edison” se llamaba el invento con que la joven innovadora Elizabeth Holmes (1984) se disponía a cambiar para siempre los exámenes de laboratorio. Su dispositivo prometía realizar cientos de pruebas y chequeos con solo un par de gotas de sangre, algo revolucionario y esperanzador para muchos enfermos.
El caso Holmes —quien acaba de recibir una condena por fraude y otros cargos— ha sido seguido con fruición por la prensa internacional. La historia es triste y apasionante. A los 19 años, Elizabeth Holmes abandonó su brillante carrera de Química en la universidad de Stanford para fundar la empresa médica Theranos, cuyo producto estrella era el test sanguíneo. La joven se codeaba con Bill Clinton y Henry Kissinger, y atrajo millones de dólares de inversionistas (su empresa se valoró en 9.000 millones de dólares y llegó a emplear a 700 personas). Con gran hermetismo, Holmes buscaba lograr “algo que la humanidad no sabía que era posible hacer”.
Pero había un problema. El revolucionario dispositivo, pese a los cientos de intentos y prototipos, no funcionaba. Durante años, Holmes engañó al mundo, dando luces de que todo marchaba bien en la investigación y desarrollo del proyecto. Cuando The Wall Street Journal planteó interrogantes, Holmes argumentó: “Esto es lo que pasa cuando trabajas para cambiar las cosas... primero piensan que estás loco, luego luchan contra ti y de repente cambias el mundo...”.
Algo similar narra Anna Wiener en su obra “Valle Inquietante” (editado en español por Libros del Asteroide), escogida entre los 10 mejores libros de 2020 por el NYT. Wiener relata su experiencia en Silicon Valley y con ironía describe el voluntarismo y la opacidad de una serie de empresas cuyos dueños se desplazan en monopatines.
El libro de Wiener y el caso de Elizabeth Holmes —que metió a cientos de personas y familias en un callejón sin salida— han dado pie a lúcidas reflexiones sobre algunos rasgos de nuestra época. Entre ellos, la validez del concepto de que el fracaso debe ser siempre una etapa, nunca un final y que basta con perseverar para alcanzar una meta.
El eufórico eslogan “puedes lograr todo lo que te propones”, repetido como mantra por los influencers, parece estar en tela de juicio. Puede ser un impulso inspirador, pero también empujar trágicamente vidas y proyectos hacia escenarios irrealizables.
A veces no se puede y hay que detenerse. Así de simple. Theranos muestra que planes maravillosos en ocasiones no logran cuadrar, por más voluntad y obstinación que se ponga y por más gloriosa que parezca la meta. Y hay que tener cuidado, pues los sueños nunca antes realizados (“algo que la humanidad no sabía que era posible hacer”) son mucho más seductores y atractivos que la posibilidad de mejorar modelos que funcionan, aun con graves —aunque corregibles— imperfecciones.
La agonía de Elizabeth Holmes es una buena lección para todos, incluidas las nuevas autoridades que Chile ha escogido.