Se ha comparado el resultado de la segunda vuelta con el plebiscito de 1988, y razones no faltarían. Se puede señalar otra analogía, las polarizadas elecciones parlamentarias de marzo de 1973. Allende y la Unidad Popular celebraron como un triunfo el casi 44% obtenido; ello, solo comparado con la elección a tres bandas de 1970, cuando el candidato marxista ganó con poco más del 36%, pero claramente retrocediendo del 51% de las municipales de abril de 1971. La derecha, eufórica-depresiva como siempre, había pronosticado —nadie sabe de dónde lo sacó— que la oposición obtendría los dos tercios (logró el 55%). Obvio, le permitió un triunfo subjetivo a la Unidad Popular. Ello no quitaba que ambos bloques eran sólidos en sus posiciones.
Para entender la actualidad, practiquemos un poco de historia reciente. En 2017, a un triunfo deslucido en primera vuelta, siguió un batatazo inesperado de Piñera en la segunda vuelta. Su gobierno fue perdiendo vigor político —no en gestión— en el año y medio que siguió a su asunción. Tuvo un nadir con el Estallido, con el mérito de haber sobrevivido a un levantamiento violento al que tácitamente se sumó una clase política desorientada, oportunismo de adolescentes o pillastres. Ni la ex-Concertación ni la derecha tuvieron una respuesta articulada, no al comienzo. Ni siquiera José Antonio Kast asomó mucho los primeros meses.
Circunstancias desafortunadas para las derechas contribuyeron a que fueran arrastradas al desastre del plebiscito y elección de convencionales, entre estas la pésima campaña electoral, problema recurrente. En las primarias de julio, para ser la derecha, tuvo una votación muy alta, indicio de reagrupamiento de una parte de la población hasta ese momento desorientada e inerme. Eso explotó en la primera vuelta del 21 de noviembre. Había sido una reacción instintiva del electorado de derecha tradicional, que sentía a Kast como una roca firme. Este, sumados los votos de Sichel, alcanza un 40%, cifra que, retroproyectada a mayo, elección de convencionales, le hubiera entregado un peso considerable en la Convención. Ahora es llorar sobre leche derramada.
La derecha creyó respirar el aire de la victoria; nada de extraño, amplios sectores políticos del país también lo pensaron o temieron. Una parte del público, probablemente jóvenes sobre todo de la zona central, indiferentes que no votaron en primera vuelta, acudieron a las urnas y por proximidad cultural le dieron un resonante triunfo a Boric.
Que no se olvide que el 44% de Kast corresponde a una tendencia histórica, que debe ser capitalizado por la derecha, como la izquierda siempre ha sabido hacerlo con el suyo. Que sea posible no quiere decir que sea probable. La guerra de declaraciones en el sector parece pelea de pueblo chico y no de una maciza voluntad cuando se la entusiasma y encauza. Si no sabe representar su considerable votación —en general, más o menos fiel desde 1989—, esta se comportará como ovejas sin pastor, desperdigadas para regocijo de sus rivales. Es urgente conservar el relativo equilibrio que surgió desde julio en adelante. No sobra nadie, de Kast a Evópoli y ojalá otros de centro; es una multitud de sensibilidades, pero unidas en la defensa de las virtudes de Chile (que las tiene) para poder llegar, si fuese posible, a algún acuerdo con el gobierno de Boric y la Convención. El payaseo hizo que esta perdiera algo de sus ínfulas; desde el 19 de diciembre parece haber recuperado algunas sin perder la tentación circense. En caso extremo, ¿sería posible unirse en torno a un proyecto de minoría para una nueva Constitución? Se representa a un 44%.