Para los futboleros, el año que se inicia sin duda estará marcado por la realización del Mundial de Qatar. Quien tiene el alma y el corazón puesto en la pelota (sí, somos varios) ve la justa mundialista como la comida gourmet, el caviar y el champagne. Una delicatessen.
Pero, ojo, a diferencia de la anteriores citas, donde las expectativas e ilusiones estaban puestas en ver la crema y nata del balompié internacional y la lucha de las diversas propuestas tácticas, la Copa del Mundo de este año tendrá particularidades muy lejanas a una fiesta.
Hay evidencias que así lo indican.
Este Mundial, por ejemplo, se realizará por primera vez en los meses de noviembre y diciembre, bajo condiciones climáticas adversas para lo jugadores y para quienes asistan al torneo. Y por mucho que los organizadores hayan gastado fortunas en la construcción de estadios con aire acondicionado, no hay seguridad alguna de que no puedan evitarse desgracias sanitarias producto de las temperaturas medias del país.
Pero no solo por eso Qatar será un anfitrión polémico. De hecho, lo es desde que fue designado sorpresivamente por la FIFA hace algunos años, cuando parecía que Inglaterra era el gran favorito para organizar el campeonato. Lo que pasó previo a la votación y lo que definitivamente le dio a los asiáticos la sede aún es una historia no revelada que, sin duda, tiene capítulos oscuros y sombríos. De corrupción, para decirlo con todas sus letras.
Pero este Mundial también contendrá otros capítulos sombríos. Tal como han denunciado organizaciones de derechos humanos y medios de comunicación, se ha detectado una explotación indignante en contra de obreros que han participado en la construcción de los estadios, líneas de ferrocarriles, hoteles y carreteras, la mayoría de ellos inmigrantes llegados desde Nepal, India, Pakistán, Bangladesh, Sri Lanka y Filipinas. Según la Fundación por la Democracia Internacional, han fallecido más de 6.500 trabajadores desde 2010 y quienes laboran deben soportar condiciones inhumanas con jornadas diarias de entre 16 y 18 horas bajo 50 grados de calor.
A ello se agrega que quienes aceptan estas condiciones deben entregar sus pasaportes a las autoridades qataríes y vivir hacinados y con bajos niveles de salubridad. Ni siquiera la pandemia ha sensibilizado a las autoridades y los casos de positividad de covid-19 no han sido bien cuantificados. Es una tarea imposible, dadas las condiciones expuestas.
Claro, seguramente para quienes puedan acceder a los partidos en el propio Qatar o a los millones que los seguirán por televisión y otros medios, todo esto será un detalle sin importancia. Más bien, una historia ajena, lejana, casi invisible.
Al final, lo que llamará nuestra atención será la pelotita y quién la acariciará de mejor manera. La puesta en escena de los organizadores apuntará a eso, a mostrarnos lo que queremos ver y no lo que deberíamos ver. Todos los encuentros serán revestidos con la pompa y boato propios de un país que puede hacer y deshacer un Mundial y claro, la magia de Messi y el resto de las figuras que estarán en la competencia nos hará olvidar —o definitivamente, borrar de nuestra mente— esos datos previos que hablan de esclavitud y opresión.
Sí, los futboleros estamos esperando que se inicie el Mundial. Ojalá con Chile en la cancha para que la algarabía sea completa.
Pero, cuidado. No todo lo que brillará será oro de verdad.