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Cartas
Viernes 31 de diciembre de 2021
Estilos de vida
Señor Director:
He considerado que tanto Adriana Valdés como Fernando Claro al saludar alborozados los nuevos tiempos en que la gente no se casa, cohabitan, proliferan madres solteras, y conceptos como matrimonio y familia no significan nada en sí mismos, sino que son meros objetos de preferencias personales, meros hechos que se constatan, implica no tener en cuenta si eso beneficia o perjudica a la sociedad.
Ante estos temas cruciales no caben neutralidades valorativas o meras apreciaciones descriptivas. Lo que está en juego son las instituciones básicas de la sociedad, el futuro de nuestros hijos.
No he hecho alusión a la Iglesia Católica como curiosamente se insinúa, sino solo a Aristóteles y su concepto de naturaleza teleológica, pero dificulto que lo haya entendido. No tener en cuenta, por ejemplo, las notas constitutivas del matrimonio y considerarlo como algo que meramente a veces se logra y otras fracasa denota una profunda claudicación antropológica y moral.
Para las descripciones avalorativas como las realizadas por Valdés y Claro, las cosas se agotan en ser exclusivamente lo que son, no apuntan a ninguna plenitud y tienen la aséptica neutralidad de los simples hechos. Sin embargo, dentro de un esquema teleológico es fundamental el contraste entre “el-hombre-tal-como-es” y “el-hombre-tal-como-podría-ser-si-realizara-su-naturaleza-esencial”. Eso requiere de una cultura adecuada, es una plenitud que se conquista, pero no imposible porque ya está en potencia, como tendencia y como exigencia.
Jorge Peña Vial
Instituto de Filosofía, Universidad de los Andes