Algunas décadas atrás para no pocos en Chile la unidad latinoamericana equivalía a asumir un tercermundismo radical, o al Comecón, es decir, al bloque económico soviético como modelo. ¿Qué hubiera sido de nosotros? Por casi 30 años hubo en el Chile reciente un lobby considerable por ingresar al Mercosur, arrojando por la borda un trabajo de décadas y sacrificios que al final le dieron gran impulso a la economía y prosperidad de los chilenos. Los mandatarios de la Concertación, rindiendo homenaje de la boca para afuera a ese bloque, resistieron los cantos de sirena. ¿Cómo está hoy Mercosur? Las asociaciones internacionales, cuando provienen de la región, presuponen convergencia institucional e intereses estratégicos. Es muy raro que aquellas que sean efectivas puedan proceder de un puro tronco civilizatorio común.
Una excepción lo ha sido el camino europeo desde el Tratado de Roma (1957) hasta la constitución de la Unión Europea hacia el 2000. Sin embargo, el avance imparable de la burocracia de Bruselas produjo como reacción una creciente desafección por el proyecto comunitario. Razón tenía De Gaulle cuando hablaba de “la Europa de las naciones”, porque de eso se trata, de cooperación, convergencia, algunos elementos comunes. Cuando se marchó en dirección hacia un estado federal, el barco comenzó a hacer agua. Y aparecieron en derecha e izquierda los demagogos tipo Boris Johnson, que apuntaban a sus defectos y no a las virtudes, cometiendo un grave error con el Reino Unido y afectando a Europa.
Los esfuerzos de integración en América Latina, o han quedado en retórica vacua, o han sido hijos de las apetencias de un caudillo, para marchitarse cuando sonaba la hora de la bajamar. De las instituciones, no siendo exclusivamente latinoamericana, la más persistente ha sido la OEA, aunque la mitad de la América Latina política la ha aborrecido (de la boca para afuera); la Alianza del Pacífico, a mi juicio la más promisoria y realista, ha sido descuidada no solo por Chile, y nos podemos pisar la cola al quedar fuera del TPP11. Celac es protocolar y su objetivo recóndito era darle cierto protagonismo a la Cuba de los Castro. Ahí está. Unasur tenía un sentido, pero al ser rápidamente instrumentalizada por una visión próxima al neopopulismo, quedó presa de la izquierda; se cometió el error garrafal de sustituirla por Prosur, hija de administraciones de derecha. Ahí finalizará.
Lo que se debe crear son instituciones pequeñas y eficientes, que sobrevivan al eterno vaivén entre derechas e izquierdas, baile que perdurará mientras existan democracias; y que no pretendan erigirse en pequeñas Bruselas, burocracias ajenas al pulso vital de los países. Deben contener ambas almas políticas de la región; por ello, la Cepal debería ser representativa de más visiones de economía política, que no lo es. Las naciones latinoamericanas no constituyen entidades artificiales, sino que surgen de lo profundo de la empresa fundacional de España y Portugal. Una convergencia entre ellas, como la cooperación mutua, es deseable, sin olvidar que el horizonte existencial de nuestros países reside en otra parte. La política exterior chilena lo captó en los 1990 con la expresión “regionalismo abierto”, si bien solo se refería a lo económico y que hasta sus propios creadores han estado olvidando.
Este juego entre la creciente interrelación de un mundo único y el particularismo no proviene de fuerzas antitéticas, de dos almas encontradas, sino que se trata de dos secciones de un mismo cuerpo. La trama se resuelve siempre en cómo las sociedades particulares confrontan los desafíos de la universalidad.