El Barómetro de Acceso a la Información les consultó a 433 periodistas, editores y directores sobre cómo funcionan 64 instituciones —desde la Armada a la CUT y desde Bomberos al Sename—, y así elaboró un ranking con las mejores, es decir, las de puertas abiertas que informan y explican su quehacer y propósito.
El ranking, que ya se dio a conocer, apunta a uno de los mayores bienes de la democracia: instituciones transparentes, para evitar y detectar la mentira y la corrupción.
Competían 64 y la ANFP salió última.
Le ocurrió el 2019 y el 2020 no sabemos, porque por la pandemia el Barómetro no se realizó.
La ANFP se fue a los potreros en años no consecutivos y en los temas estudiados: disposición, confiabilidad y oportunidad.
Descendió el 2019 y el 2021 por puntos, por diferencia de goles y por las razones que quieran.
Pablo Milad, el presidente de la ANFP, ni siquiera se preocupó cuando le consultaron: “No tengo tiempo para estos temas”.
La respuesta ilumina el corazón del problema: desgano, problemas de agenda y no decir nada. Desprecio a la transparencia, irritación con el periodismo y molestia con el escrutinio público.
La respuesta de Milad es coherente con el acceso a la información según la ANFP y por eso está última en el ranking: no existe disposición para explicar, se desconoce la urgencia de la respuesta y por tanto la credibilidad se desploma.
Es tan baja la credibilidad de la ANFP que nada de lo que ocurra con el caso Melipilla, los clubes que acusan y la suspensión del partido por la promoción podrán mover la aguja, como se dice ahora.
Es una institución cada vez más debilitada y sus tribunales y fallos, así como las normas y reglas que la rigen, pasan a ser secundarios y laterales.
Es como si el tinglado entero fuera cáscara y su legalidad interior, una impostura.
Es como si la pompa del organismo —directorios, cargos, organigrama— respondiera a la superchería y engañifa.
Entonces pasa lo que pasa: no se les cree nada, fallen lo que fallen, decidan lo que decidan y digan lo que digan, tal como la canción.
La estela espumosa, de sobra está decirlo, es un desprestigio que no deja de extenderse.
¿Por qué ocurre todo lo anterior?
Porque falta información, nadie se siente obligado a entregarla y no solo desconfían del mundo exterior, también de ellos mismos y del compañero del lado, viven entre la desconfianza y la treta, y qué mejor prueba que el caso de Melipilla y sus acusadores.
La ANFP y los equipos que la integran, a lo mejor, algún día abrirán el arcón, limpiarán las telarañas y transparentarán lo que el periodismo les pide en pro de una información limpia, clara y honrada.
Y podrán decir que son una institución seria, respetable y creíble.
Háganlo rápido, más les vale, y ojalá nunca se encuentren con esa terrible respuesta: “No tengo tiempo para estos temas”.