Contribuyó al progreso de Chile por décadas, pero hoy el centro político no tiene ancla. La situación puede desorientar. Algunos por primera vez votarán en blanco. Creen que esto es circunstancial, algo transitorio. Sin embargo, hay razones para pensar lo contrario.
El teorema del votante mediano es fundamental en economía política. En sencillo, establece que en un sistema electoral mayoritario los ideales del centro moldean las ofertas políticas en ambos lados. ¿Por qué? Si ordenamos las preferencias de las personas desde izquierda a derecha, todo candidato debería tener propuestas para acercarse al medio (50%), pues así maximiza la probabilidad de ser electo. ¿Pero qué pasa si hay un boquete, un vacío, en el centro? Se potencian los extremos.
Quizás esa fractura explique la evolución de esta agotadora elección presidencial. Claro, existen otras visiones. “Las élites están polarizadas, pero no la población”, algunos argumentan. La evidencia, sin embargo, es débil al respecto. También se dice que la diferencia etaria entre los partidarios de Boric y Kast explicaría las fuerzas centrífugas en la campaña. Pero la idea no calza. Un joven que demanda progreso debería rechazar un Estado emprendedor (evidencia de sus falencias sobra), mientras un adulto que aprovechó los 30 años debería aplaudir, por ejemplo, una jornada de 40 horas (total, su salario ya subió). Entonces, si el tema fuese la edad, las divergencias deberían ir en direcciones contrarias. Debe ser otra cosa.
Aquí una idea: la polarización es real y se potenció con la colisión de dos élites de naturalezas distintas a la del centro (que se esfumó). Ambas tienen hoy la posibilidad de alcanzar el poder, el teorema falló.
Una es de derecha. De base conservadora, apuesta por orden, crecimiento e inversión. Busca atraer a quienes combinan la experiencia y conciencia de lo que fue la transformación económica de Chile. Aquí su clave: lo hace lejos de la administración actual, de baja popularidad. Y tiene razón, pues la frustración con la violencia y desorden ahuyentó al centro político que inicialmente la eligió.
La otra es menos comprendida. Es de izquierda y joven, pero la edad no la define. Es una élite ultra educada en el aula (le sobran posgrados, pero le falta calle), de voceros radicales, con fe ciega en que el Estado puede hacer casi todo. Central en su éxito es la captura de la generación sub 35, que tuvo la mala pata de ingresar al mercado laboral justo cuando un gobierno de centroizquierda cometió el error de no querer crecer. Aquí la otra clave: la frustración resultante fue aprovechada para abrir un agujero en el centro, el mismo que permite insistir en medidas que golpean el crecimiento sin temor al repudio.
Así entendidas, cada élite nace de errores autoinfligidos por el centro (¿quizás merece desaparecer?) y durante la campaña compitieron para arrollarlo. Las redes sociales y medios de comunicación fueron cómplices del atentado. Sin incentivos para cambiar el equilibrio, pues se puede tener éxito hablándoles a los propios, no queda más que acostumbrarse a la polarización.