He dicho muchas veces que mantener el optimismo y evitar una profecía catastrófica autocumplida es hoy un deber patriótico. Y no es fácil. Estamos ya a dos días de la elección que, todos los analistas concuerdan, es un punto de inflexión en el cual tendremos que elegir entre, por una parte, un sistema político económico y social de democracia liberal (que es el único sistema capaz de garantizar gobiernos con poderes restringidos por el Estado de Derecho), un régimen que asegure la libertad en todos los ámbitos, especialmente de pensamiento y de expresión, el pluralismo y la alternancia en el poder, y, por la otra, una propuesta radical de izquierda, promovida por el Partido Comunista y el Frente Amplio. Ello ocurre, además, en un marco en que la centroizquierda sensata se ha esfumado y se ha entregado unilateralmente y sin condiciones a la candidatura de extrema izquierda, aceptando la radicalidad de sus propuestas. Esto, en un contexto en que la audacia de unos, y la lenidad de otros, han permitido promover y aceptar la violencia en la política y entrar en acuerdos electorales y políticos con fuerzas que, bajo cualquier parámetro, no representan los postulados básicos de la democracia y de la defensa de los derechos y libertades.
¿A qué argumentos podemos recurrir para restaurar un cierto optimismo, y cuánta garantía de gobernabilidad y paz social podemos derivar de ellos?
Hay quienes se sienten muy amparados por la última elección del Congreso, cuyos resultados sugieren un cierto equilibrio y contrapeso de la derecha en caso de gobernar la izquierda. Sin embargo, hay interrogantes ineludibles. ¿Se van a alinear los nuevos senadores y diputados de centroderecha con las ideas constitutivas del pensamiento liberal-conservador o bien, como vimos en el pasado, volverán a apoyar díscolamente las causas “populares”, aunque contradigan la esencia misma de sus partidos? Si un gobierno de Apruebo Dignidad no lograra los quorum necesarios para reformas más extremas, ¿cuánto podría avanzar, igual, al margen del Congreso o con mayorías simples? Asimismo, ¿cuál será el destino final de este Congreso, considerando el poder soberano que se le dio a la Convención Constitucional para cambiar toda la estructura del poder y todos los órganos e instituciones políticas? En solo unos meses más, ¿tendremos Presidente de la República o Primer Ministro? ¿Habrá un Senado o solo un sistema unicameral? ¿Variará el período presidencial de acuerdo a quién gane la próxima elección?
El otro factor que ha ayudado a un mayor “optimismo patriótico” es la transmutación del candidato Boric, de un líder revolucionario aspirante a la refundación total del país, cercano a la insurrección de octubre, aliado del Partido Comunista, originalmente admirador de Chávez y de la revolución venezolana, del Frente Manuel Rodríguez y de sus actos terroristas en democracia, hacia una figura ponderada y abierta a revisar sus propuestas iniciales, un socialdemócrata dispuesto a transar, incluso, la existencia de las AFP. Sin embargo, la rapidez de la transformación no permite imaginar una evolución intelectual lenta y profunda. ¿Cuán real y genuino es el cambio de imagen y cuánto está influido por la necesidad electoral de buscar votos moderados a cualquier costo? Y, por otro lado, si de verdad ha experimentado una suerte de conversión de Damasco, ¿qué efecto tendrá ello sobre sus aliados comunistas que han dicho que estarán vigilantes para que cumpla hasta el último detalle el programa elaborado en conjunto?
En esta disyuntiva, en que la libertad está en juego, ¿cuán legítima es la abstención, o el voto nulo o en blanco? ¿No serán muestras de narcisismo, en que la “pureza” personal de las convicciones propias importa más que el imperativo político colectivo de optar siempre por el mal menor?