Después de una fuerte recuperación en la primera parte de 2021, China ha entrado en un bajón. El crecimiento promedio de 11% entre el cuarto trimestre de 2020 y junio de este año ha quedado en el pasado; en el tercer trimestre el crecimiento fue de 4,9% y para el último trimestre se espera un número aún menor. Así, el fuerte impulso ha dado paso a una desaceleración que, aparentemente controlada, alimenta dudas.
Si después de la crisis financiera global el gigante asiático salió al rescate del mundo con un programa de expansión fiscal y monetario monumental, el apoyo poscovid ha sido importante, pero menos intenso y menos entusiasta que otrora. Con ello, el gobierno ha asumido no solo que las políticas de demanda tienen un límite, sino también que la economía está en una fase estructural de menor crecimiento. Esto ya fue reconocido en el último plan de mediano plazo que, con su habitual lenguaje críptico, anticipa un crecimiento promedio de 4,7% para los próximos 15 años. Podrían pecar de optimistas.
Las leyes de la economía no son las de la física, pero también se cumplen. Los países no pueden crecer indefinidamente al 8%, y China ha aprendido la lección a punta de bolsones de sobreendeudamiento y riesgos financieros. Hasta ahora ha sabido controlarlos, no sin dificultades, pero el Presidente Xi sabe que hay que asumir la nueva realidad. Para ello ha estado moviendo sus piezas; algunas de ellas en economía, pero las más interesantes en la política y la sociedad.
Así, el control sobre algunos sectores económicos considerados estratégicos, como aquellos intensivos en tecnología y datos, se ha masificado. Con el argumento de introducir más competencia, el gobierno ha intervenido abiertamente estas industrias buscando un mayor control de la información. A su vez, el control sobre las personas ha aumentado considerablemente, bloqueando páginas web y canales de artistas que amenazan con desordenar el naipe y sociabilizar ideas inapropiadas.
La desaceleración económica estructural y el mayor peso del Estado en la vida diaria no son coincidencia. El crecimiento ha sido históricamente el pacto tácito entre el gobierno y el pueblo; falta de libertad a cambio de posibilidades de progreso. Cuando el crecimiento comienza a debilitarse, el riesgo de presiones sociales crece, especialmente en un contexto donde las desigualdades han crecido mucho.
En el mundo de la hiperconectividad, los desafíos económicos y sociales en Occidente se manifiestan en cierto grado de desorden y parálisis política. Xi observa con preocupación esa dinámica, y ha elegido el camino del control de la información. ¿Será sostenible?