Pocas campañas presidenciales de que tenga recuerdo han sido tan desagradables, extenuantes y, en buena medida, vanas, que la que, por fin, se resolverá la próxima semana.
A veces me pregunto si acaso Chile no está polarizado —que es lo que vivía a diario antes de esta batalla— y son las campañas como esta las que lo polarizan. Ambos candidatos y la mayoría de sus seguidores han insistido en que aquí se juegan dos modelos de país, de política, de futuro, como si de ellos dependiera este giro histórico extraordinario, el destino de nuestra comunidad política y, por lo mismo, solo cabe a los ciudadanos un alineamiento activo y sin oscilación. Dan ganas, a menudo, de darles un gran portazo. ¿Por qué la política estatal tiene que irrumpir de este modo tan violento en nuestras vidas planteando un todo o nada, una decisión mayor, debiendo ser, al revés, los procesos electorales un procedimiento rutinario en una democracia? ¿Por qué esta periódica irrupción de salvadores iluminados? ¿No es acaso una función importante de la política plantear transformaciones de modo tal de generar paz? Sí, paz, un elemento esencial en el bien común, un condicionante para que cada cual intente desarrollar su proyecto de vida que esa política debe procurar facilitar a todos y no perturbar y amenazar.
Sigo teniendo dudas profundas acerca de si la figura de “Su Excelencia” (y sus coaliciones) no se halla simbólicamente agigantada —como sostuvo Octavio Paz— en nuestros pueblos, un asunto que no se resuelve solo con cambios del régimen político, pero frente a la cual no cabe doblegarse. Como muchos ciudadanos (que se esconden en la altísima abstención), me siento severamente desagradado a inclinarme ante dos arrogancias: una que quiere borrar lo sucedido en los últimos 50 años y la otra que quiere saltar 50 años hacia adelante, ambas como si la sociedad, nosotros, fuera una arcilla fácilmente moldeable por sus hábiles manos. ¿Quiénes son Kast y Boric para asignarse esta autoridad y ese poderío? No hay acaso aquí una ignorancia acerca de lo que la sociedad es y cómo ella funciona y una sobrevaloración errónea de la capacidad de la superestructura estatal para imprimir transformaciones reales en ¡4 años! Todo proyecto político que nace de un talante semejante se halla condenado al fracaso y simplemente debería ser expulsado del poder en la próxima elección.
A veces pienso que somos un país aburrido, un país hundido en la lata, en el pozo del tedio, incapaz de hallar una salida sino a través de este boxeo (casi lucha libre). Imaginemos, por favor, otra manera de convertir ese sopor tedioso no en inmovilidad, sino en fértil placidez, partera de amistad, de soluciones duraderas, caminos de innovación y celebración.