La humanidad siempre ha buscado tener certezas y conocer el futuro. Los oráculos y videntes del pasado son las encuestas y los expertos de la actualidad. Pero a pesar de todos los avances tecnológicos, la incertidumbre sobre el devenir es una constante. Más aún, de vez en cuando aparecen ciertos eventos, exógenos o propios de la sociedad, que amplifican las incógnitas.
Ejemplo de ello es la aparición del SARS-CoV-2 hace dos años. En este tiempo, su irrupción y la reacción de los gobiernos y la sociedad generaron una recesión abrupta y coordinada a nivel mundial sin precedentes. La posterior recuperación, de una velocidad también inusitada, ha sido volátil y con diferencias regionales y sectoriales, que se explican por la aparición de nuevas cepas y diferentes ciclos de avance y retroceso de la pandemia, así como por las políticas de cada país.
Recientemente se ha conocido la llegada de una nueva cepa, de la que se ignora aún cuán transmisible es y cuánto dificultará la tarea de vacunas y tratamientos vigentes. La gran variedad de mutaciones que presenta y la velocidad de expansión en Sudáfrica han encendido las alarmas, a pesar de que hasta el momento parece generar cuadros más bien leves.
La OMS decidió denominarla Ómicron, omitiendo entre otras la letra griega Xi, en aparente deferencia a China y su Presidente. Esta casualidad debería servir para retomar un análisis profundo del origen del SARS-CoV-2. Si el virus hubiera aparecido en una ciudad de Occidente, con un laboratorio dedicado a investigar y experimentar con patógenos similares, probablemente se habría analizado el caso con mucho mayor celo y escrutinio público. En comparación, hasta ahora, lo conocido y debatido es mínimo.
No se trata de suponer intencionalidad, sino de visualizar cómo y por qué aparece un virus tan adaptado a propagarse entre seres humanos. Recordemos que, en un principio, la OMS, basada en información procedente de China, indicó que solo se transmitía de animales a personas y no entre ellas. Y no es solo curiosidad, un acabado entendimiento de lo ocurrido permitiría evaluar posibles nuevos sucesos y prepararse mejor para ellos.
Es natural desear que las incertidumbres se esfumen, pero cuando a veces finalmente sucede, nos dejan enfrentados al escenario más difícil y no al que hubiéramos preferido. Si se esperaba que desapareciera el covid-19 nos desilusionaremos, pero muy rápido estamos aprendiendo a convivir con él. Probablemente será un coronavirus más, con ciclos periódicos, en una población razonablemente protegida. Los gobiernos debieran abandonar paulatinamente sus intervenciones extraordinarias que todavía mantienen, volver a su tarea básica de promover campañas de vacunación, ahora incluyendo la del SARS-CoV-2, y reforzar los sistemas de salud especialmente en lugares que se saturan en períodos de gripes estacionales.
Uno de los riesgos más grandes que la irrupción de este virus pudiera dejar para el progreso social y económico es el intento de prolongar facultades extraordinarias de parte de gobiernos que quieren aprovecharlas para impulsar su ideología.
Entre ellos, el más emblemático por su importancia económica y su influencia en el globo es EE.UU. El Presidente Biden y los miembros más vociferantes del Partido Demócrata pretenden una expansión del gasto federal comparable a lo realizado luego de la Gran Depresión de los 30. Sin perjuicio de otros impactos negativos de la expansión fiscal perseguida, el principal peligro está en que no se enfrente adecuadamente el riesgo inflacionario. En los últimos doce meses la inflación en ese país alcanzó 6,2%, muy por encima de cualquier pronóstico. Pero no solo las autoridades fiscales y monetarias de EE.UU. deben reflexionar sobre sus acciones y la aceleración de la inflación. El Banco Central Europeo sin dudas tomará nota de que la última información de alza de precios en doce meses en la zona euro alcanzó a 4,9%, un récord histórico.
La volatilidad inducida por la pandemia lleva hoy a pronosticar que el mundo crecerá 6% este año, un punto inferior a lo que se esperaba en sus comienzos, con un IV trimestre en que China y Asia se recuperarán y Europa recibirá el impacto de los nuevos casos. El efecto de la variante Ómicron, que preliminarmente parece tener más capacidad de afectar a los vacunados, quienes de todos modos seguirán protegidos contra una evolución más grave, ratifica que el crecimiento del próximo año será menos dinámico, entre el 4% y 4,5%, pero igualmente habrá recuperación y expansión.
En Chile, la incertidumbre que afecta al futuro no nace solo de la pandemia. Se le superpone un proceso político que canalizó su apoyo apalancado en la violencia, para poner en duda toda la institucionalidad del país a pesar de haber sido una opción derrotada en las urnas poco tiempo antes, despreciando además los procesos democráticos que, a su debido tiempo, les darían una nueva oportunidad. Con razón esta incertidumbre se multiplicó ante la posibilidad de que opciones rupturistas logren su propósito.
La elección de la Convención Constitucional validó opciones extremas, tanto por su composición como por sus actos de respaldo a la violencia. Usó, además, métodos de la izquierda revanchista y del fascismo para apropiarse de más facultades que las correspondientes. Y aunque inicialmente la duda pareció disminuir, fue a expensas de validar el peor escenario para el progreso y la estabilidad. Sin embargo, la reciente elección del Congreso, con menor predominio de quienes eligen el sistema cuando les es favorable y la violencia cuando no, hace posible avizorar un escenario menos extremo.
Ahora, el país está próximo a concurrir a las urnas para una segunda vuelta presidencial. La imagen de la contienda que se trata de transmitir es la de un candidato de extrema derecha frente a un izquierdista con sensibilidad y moderación. La prensa extranjera ha adoptado unánimemente esta visión.
La realidad es la inversa. Se trata de un candidato conservador en sus valores personales como familia y respeto a la nacionalidad, que aprecia el esfuerzo como modo de progresar y con tolerancia con los que piensan distinto. La alternativa es un candidato de extrema izquierda que ha validado la violencia, expresión máxima de la intolerancia, y con ideas obsoletas que han probado llevar a la pobreza y al totalitarismo. Existe la duda si su elección podría implicar moderación, pero su historia y sus compañeros más cercanos de ruta —un Partido Comunista que es uno de los pocos en el mundo que enaltece a Castro, al régimen venezolano y defiende al líder de Corea del Norte— lo hacen difícil.
En lo económico, los planteamientos del candidato de la izquierda se enraízan en una mirada extrema del falso dilema entre progreso y distribución. Históricamente eso justificó los crímenes más atroces perpetuados por el marxismo y que, sin llegar a esos extremos, mantuvo sepultados a Chile y Latinoamérica en el estancamiento por décadas. Aún hoy el candidato tiene como faros lo realizado en países como Venezuela o Cuba, o por lo menos no desdice claramente a los que son un pilar de su coalición y que así lo expresan abiertamente. Las consecuencias negativas de este tipo de camino están a la vista.
Contrariamente, el candidato de la derecha sabe por experiencia que solo la aceleración del progreso permite la mejora de los más pobres y una mayor igualdad real. Cuando ello ocurre, es necesario y posible facilitar el ascenso de los menos favorecidos, sin descuidar la mejoría de todos. Su hermano Miguel fue un pionero en buscar esos objetivos, y a muchos de los que lo acompañamos nos motivaba el mismo ideal. Si miramos indicadores reales de igualdad y progreso de los pobres —como mortalidad infantil, expectativas de vida, acceso a servicios básicos, disponibilidad de vivienda, posibilidades de educación—, Chile fue extremadamente exitoso mientras mantuvo esa visión. En la medida en que se diluyó, cayendo de nuevo en la falsa disyuntiva progreso vs. igualdad, el avance se desdibujó y sembró un desencanto que fue aprovechado efectivamente por algunos.
En pocas semanas esta duda institucional desaparecerá. Si el candidato de izquierda obtiene más votos, seguramente significará consolidar la alternativa más dura para el país. Se abrirá paso, así y por un tiempo, a una nueva incertidumbre, pero en otro escalón: cuán cerca estarán sus obras de sus dichos del pasado.