Carmen García Palma nació en marzo de 1979 y según lo que reza la presentación de María y el fuego, su más reciente libro, creció entre pájaros y animales. Comenzó a escribir poemas a muy temprana edad, habiendo publicado los poemarios La insistencia (2004), Gotas sobre loza fría (2011) y Máquina para hablar con los muertos (2016). Luego se atrevió con la narrativa al lanzar la novela Las Oscurecidas, en 2018.
En palabras de Álvaro Bisama, dispuestas en la contratapa, Carmen García Palma dispone diversas escenas de la cotidianidad, teñidas de toques surrealistas, que pesquisa en las contradictorias experiencias de su heroínas, dejando al descubierto el permanente desconcierto con el que se desplazan en el aquí y el ahora o bien en regiones a que dan lugar sus fantasías, ora oníricas, ora brotadas del subconsciente, sin que ellas puedan controlarlas. Las diez historias que componen María y el fuego son variadas, heterogéneas, algo dispersas, aun cuando un denominador común es la soledad, el desamparo, el desarraigo o claramente la disposición belicosa, rebelde, irracional, más bien guiada por una decidida predisposición política en cada una de las narradoras, sea que se expresen en primera o tercera persona.
“María y el fuego” es el punto de partida de esta muy atractiva colección. En “Un paso más cerca del mar”, compuesto en tercera persona, asistimos a un funambulesco rito, presidido por la Sacerdotisa, con ribetes canibalísticos. “El idioma de las cuevas”, con un hermoso epígrafe de Yannis Ritsos, describe las peripecias de otra joven que juega con Angelo y, cerca de la playa, se cuentan de monstruos y animales que quizá no existen. “El unicornio” no es el animal mitológico de las leyendas europeas medievales o renacentistas, sino un viejo septuagenario, de pelo blanco, como los que ya no se ven, con una bolsa a cuestas. La cronista decide estudiarlo y llevar una suerte de bitácora con sus pasos. Lo sigue con sus binoculares y descubre que lleva la misma ropa y cara de miedo.
En “Aullido” hay rabia, mientras la ciudad ruge en medio de las protestas. Hay muchachas perdidas por semanas, se cierran universidades, se destituye a mujeres de cargos importantes y vemos a cientos de detenidas. El peligro es inminente y enfrentamos una ciudad hostil, un escenario de guerra y tensión. En una vuelta de tuerca claramente ideológica, Carmen García Palma describe la salvaje represión ejercida contra las manifestantes, que concluye con una niña muerta y, gracias a un relámpago poético muy afín a su estilo, la lluvia cae sobre ellas.
“Noches sin luna” conforma el cuadro de una dama ya madura, que convive en la Patagonia con Juan, alcohólico, violento, impredecible, que no quiso darle hijos. Por eso ella se conforma con regalonear a Octavio, imaginando cómo sería su existencia con un niño propio, con sus ojos, lindo, el pelo con rulitos. Está sola y nadie puede decir nada. Ella siente que ese país incendiado —un leitmotiv en María y el fuego— no es el suyo. Para sumar desolación a la tristeza, la fábula termina con Juan perdido en la pampa, de donde no regresará, mientras ella duerme con Octavio.
“Graznidos en el cielo” es una insólita fantasía, claramente inspirada por “Los pájaros”, el cuento de Daphne du Maurier que fue exitosamente llevado a la pantalla por Alfred Hitchcock. En cierta comarca indeterminada, que podría ser un barrio de Santiago, todos los gatos mueren y son reemplazados por feroces aves que devoran miles de ojos de personas. “Ningún otro lugar donde estar” podría ser una voltereta con respecto al resto de las leyendas de este logrado y por momentos vibrante ejemplar: una pareja se lo pasa de fiesta en fiesta, con paisajes, mascotas, luciérnagas y pan dulce. Habitan una casa de campo señorial, venida a menos, con grandes espacios y muchas piezas. Quien habla termina siendo la dueña de casa.
“La hora correcta” expone las peripecias de Elena, una químico-farmacéutica que tiene todo absolutamente controlado, cronometrado hasta lo inverosímil: no hay un solo instante en el día que ella no maneje con precisión matemática. Sin embargo, poco a poco las grietas principian a derrumbar el sistema que se creó. Es el relato más extenso y asfixiante del compendio. “Al ritmo de sus pulsaciones”, que da fin a este acertado tomo, expone la relación sadomasoquista entre Estela, que sueña con ser bailarina, y su hermano consorte Camilo, inválido en silla de ruedas y sometido a toda clase de vejámenes por ella.
Así, María y el fuego nos presenta a una autora injustamente desconocida y que se luce en los claroscuros del alma.