La percepción política cambió después de los resultados de las últimas elecciones. Un nuevo equilibrio de fuerzas en el Congreso en relación a la Convención Constitucional, donde la izquierda monopoliza el poder, augura mayores contrapesos y equilibrios y atenúa un régimen de suma-cero en que el que gana, gana todo y el que pierde, lo pierde todo. Sin perjuicio de ello, no está de más mantener un sano escepticismo y recordar que durante la Unidad Popular, sin pasar por el Congreso y por medio de “resquicios legales” y hechos consumados, se alteró profundamente la estructura social y económica del país, con las nefastas consecuencias de todos conocidas. Y ello, porque la democracia es frágil y necesita actores comprometidos con sus reglas, valores e intangibles culturales, y con el imperio de la ley.
La decisión electoral en la vuelta final estará definida por una evaluación respecto a quién tiene el mejor prospecto de recuperar la economía del país, alcanzar mayor prosperidad y dar oportunidad a millones de chilenos varados por la ola de una modernización sin terminar.
Sin embargo, tanto o más que eso importa la suerte que habrá de correr la democracia bajo un eventual gobierno de Gabriel Boric o de José Antonio Kast. Los temores son casi siempre emocionales, pero corresponde al ciudadano ilustrado y al dirigente político avezado someterlos a la prueba de la racionalidad. En este sentido, los apoyos a Boric, inmediatos e incondicionales, de la ex-Concertación —vapuleada inmisericordemente durante años por los integrantes de Apruebo Dignidad y por el propio candidato de la izquierda radical— se explican, comprensiblemente, por un miedo atávico al pasado, miedo que en unos es espontáneo e incontrolable y en otros, un muy buen recurso electoral.
Se puede discrepar, y con razón, de varias propuestas de políticas públicas de José Antonio Kast, pero ciertamente él no es la reencarnación de Pinochet, las circunstancias no son las mismas de ayer, y su programa no equivale a una dictadura militar.
Igual o más miedo por el futuro de la democracia invade a los votantes de Kast, pero no solamente por experiencias pretéritas, sino también fundado en datos y hechos objetivos del presente. La de Apruebo Dignidad es una candidatura que (a pesar de incorporaciones recientes y tardías y hasta ahora sin influencia real) está integrada por el Partido Comunista y sectores muy radicales del Frente Amplio, verdaderos herederos del levantamiento insurreccional. Ellos desean la refundación radical del país; no firmaron el Acuerdo por La Paz y buscaron el derrocamiento del gobierno democrático; en el mejor de los casos han sido, en las palabras pero sobre todo en los hechos, cómplices activos de la violencia, legitimándola como un medio para lograr sus fines; su concepción de la democracia es diametralmente opuesta a la democracia representativa, basada en la libertad y el pluralismo; son fieles admiradores y defensores explícitos de los regímenes totalitarios; y abogan por restricciones a la libertad de expresión. En fin, su programa económico, basado en una vasta expansión del Estado, conspira contra una economía de mercado, aumenta significativamente el poder del gobierno y debilita la iniciativa y la libertad individual.
Es cierto que el empate entre los candidatos en primera vuelta los obliga a buscar el voto del elector de centro y ello puede actuar de impulso moderador. Pero es necesario tener presente que los procesos de cambio ideológico no son súbitos, sino lentos y es fácil revertir a la posición original. La “renovación socialista” de los ochenta fue un proceso largo y esperanzador. Desgraciadamente, no parece haber enraizado en todos, pues muchos vuelven dispuestos a forjar alianzas, sin pudor, con quienes son declaradamente los enemigos de la libertad.