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Editorial
Jueves 02 de diciembre de 2021
El dualismo ambiguo del PC
"No logra atraer mayorías para conducir el proceso político, pero tampoco generar alianzas creíbles que le resulten duraderas".
Luego del retorno a la democracia, la actuación política del Partido Comunista se basó más en hacer planteamientos de carácter testimonial que en intentar acceder al poder. El no haber apoyado oportunamente el retorno a la democracia por los cauces institucionales que marcaba la Constitución de 1980 lo relegó a lugares secundarios de la vida política chilena. Con los años, fue modificando su actitud. Primero decidió participar en pactos de omisión con la antigua Concertación, y así asegurar la elección de algunos diputados. Más tarde, se incorporó junto con los partidos de aquel conglomerado a la Nueva Mayoría, conformando el pacto que acompañó al segundo gobierno de Michelle Bachelet. Posteriormente, como la Concertación ya había abandonado sus propias convicciones y repudiado sus logros, y la Nueva Mayoría se disolvió, dado su fracaso presidencial en 2017, el PC comenzó una nueva ofensiva. La crisis de octubre de 2019, que se tradujo en el desplome del apoyo al gobierno de Sebastián Piñera, además de la aparente identificación ciudadana con ese movimiento, les dieron renovadas fuerzas a las posturas más extremas de la izquierda. Ello ha permitido el aumento del peso del PC en la vida nacional, incluida la construcción de una alianza con el Frente Amplio —el referente Apruebo/Dignidad—, que apoya la candidatura presidencial de Gabriel Boric. En la reciente elección parlamentaria, el PC se transformó en el partido con la bancada más importante de ese pacto.
Aunque en lo doctrinario, históricamente, su postura fue siempre revolucionaria, políticamente ha fluctuado entre el pragmatismo que le permite participar en la institucionalidad vigente, y la insurrección populista que busca la refundación social conforme a las concepciones que alimentan su doctrina. Durante el gobierno de la Nueva Mayoría afirmó que tendría “un pie en el gobierno y el otro en la calle”, ratificando ese dualismo.
Las manifestaciones violentas del 18 de octubre de 2019 las leyó como una oportunidad histórica para transformar a la sociedad. Ya al día siguiente, su presidente, Guillermo Teillier, pedía la renuncia del Presidente Piñera, y a continuación el partido se negó a participar en la solución institucional a la crisis mediante el pacto parlamentario del 15 de noviembre para redactar una nueva Constitución. La ortodoxia de sus convicciones y las lealtades forjadas con los pocos regímenes comunistas que todavía sobreviven en el mundo, como Cuba, Venezuela o Norcorea, le impiden reconocer los fracasos económicos de aquellos, denunciar sus atropellos a los derechos humanos o condenar la ausencia de democracia en sus prácticas políticas. Por esa razón, incluso la ciudadanía de izquierda que votó en las primarias escogió de manera categórica a Gabriel Boric sobre Daniel Jadue (PC) como su candidato presidencial, pues el lenguaje confrontacional y la aspereza de trato de este último se transformaron en un símbolo de esa ortodoxia.
Las tensiones que han surgido entre el PC y el FA a partir de declaraciones del propio Jadue o de la intransigencia del PC para modificar el programa, o por su amenaza de proclamarse en el guardián de su cumplimiento, siembran un manto de dudas respecto de la cohesión de su coalición, y anticipan graves dificultades en caso de que Boric resulte ganador en la segunda vuelta. La necesidad de este de moderar sus posturas para expandir su base de votantes solo acentúa esas tensiones.
La permanente dualidad con que el PC conduce sus actuaciones políticas en algunos casos, y la ambigüedad con que lo hace en otras, todas con el objeto de alcanzar sus fines, constituyen también su debilidad. Por una parte, no logra atraer mayorías ciudadanas para conducir por sí solo el proceso político y, por otra, su ortodoxia le impide generar alianzas creíbles que resulten duraderas.