Finalmente, lo de Colo Colo fue un relumbrón. O, mejor dicho, la Católica tuvo un apagón, producido por el cortocircuito entre el uruguayo Poyet y el plantel y los seguidores del club. La luz volvió juntamente con la asunción de Cristián Paulucci, el ayudante permanente de la rotativa técnica de los cruzados.
Es cierto que los de Pedrero pueden aún ser campeones, pero los resultados que se requieren para ello no están en los cálculos de nadie, salvo en los del hincha recalcitrante, que tiene más ilusión que cálculo. Y aunque lo consiguieran, la actuación del Cacique en su derrota ante la Unión Española, que no se jugaba nada en este encuentro, demostró que no tiene la jerarquía de un campeón.
La presión por la necesidad de un resultado aplastó a sus jugadores. A todos. Podrá haber razones para explicar la baja de cada uno (cercanía de una renovación, alguna oferta en trámite, falta de entrenamiento, etc.), pero era claramente advertible el achatamiento ante la responsabilidad. Y aunque recibieron el apoyo constante de su público, lo cierto es que mientras avanzaba el encuentro el equipo jugaba peor. De hecho, la cuenta pudo ser más expresiva de lo que fue.
El caso es que, terminado el apagón de la UC, Colo Colo volvió a la oscuridad, precisamente después de ganarle al tricampeón. El alza alba, más allá de los méritos de Quinteros y el aporte juvenil al plantel y la calma dirigencial, terminó precisamente cuando volvía a despuntar la estrella cruzada. Nuevamente había en el camino un enemigo poderoso y esa aparición mermó la fortaleza alba y volvieron a aparecer las fallas que tan poco tiempo atrás habían tenido al equipo por las cuerdas.
Se dice que el peor enemigo de Colo Colo fue el covid. No hay que engañarse, la peste ataca con más fuerza ahí donde son menores las defensas. Es como en el resto de la población, en que la mayoría de las víctimas son aquellos ciudadanos con vacunación incompleta o sin vacuna alguna. Estos, además, ponen en peligro a los demás.
¿Y qué pasó en Colo Colo? Lo mismo: falta de respeto a los protocolos, indisciplina reiterada, porque ocurrió más de una vez y seguramente a todo nivel.
Hay que considerar que el covid no estuvo todo el tiempo esperando al plantel en los vestuarios de Pedrero, sino que hasta allá lo llevaron quienes se infectaron en su vida privada. Es decir, con la experiencia del primer caso debió imponerse una férrea concentración hasta el fin del campeonato. La misma que se impone ahora, cuando tal vez ya sea tarde. Y aún concentrados los casos aumentan…
Si el covid fue el gran enemigo de los albos, habrá que resaltar que el tema de la indisciplina (en este caso indisciplina social), sigue alterando los procesos futbolísticos. A pesar de la gran batalla por el profesionalismo que se ganó en los años 50-60, éste no se termina de consolidar entre nosotros. Sigue habiendo falta de concentración en el cumplimiento de los deberes, en el cuidado personal. No todos los futbolistas tienen la consistencia física de Arturo Vidal, capaz de llegar a ser el mejor futbolista histórico del fútbol chileno y al mismo tiempo el peor ejemplo histórico de malas conductas (si a él lo ataca el virus, capaz es de hacerle un amague y seguir jugando…). Pero no hay otro así.