Nos enfrentamos a dos opciones. Quiero partir por una reflexión personal. Conozco a José Antonio Kast. Conocí a sus padres. Su hermano mayor, Miguel, el papá del senador Felipe Kast, quien murió muy tempranamente, inspiró en mí la vocación por el servicio público. Sé del compromiso de José Antonio por los que más necesitan, expresado en las altas votaciones que obtuvo en las poblaciones de su querido San Bernardo, al que representó en el Congreso cuando reemplazó a Pablo Longueira. En los últimos años he visto su fuerza para defender con coraje posiciones muchas veces impopulares.
Sin duda que he tenido muchas diferencias con él, y entiendo que a veces la política lleva a extremar posiciones, pero José Antonio está muy lejos de la caricatura que algunos pretenden crear, y mi aprecio personal va más allá de esas diferencias.
Soy parte de la centroderecha que votó por el Apruebo y estoy convencido de que Chile requiere un cambio social profundo, que le permita entrar a una nueva etapa en su desarrollo. Creo que la “derecha” no supo leer a tiempo los cambios que se necesitan en una sociedad que transitó en estos treinta años hacia un país de clase media, que tiene otros sueños y otras aspiraciones. Y que la izquierda creyó que el alto porcentaje del Apruebo constituía una especie de respaldo a un Chile diferente, en que más que entrar a una etapa nueva y mejor, renegábamos de lo que habíamos construido en este período.
Entre las dos opciones a que nos enfrentamos, la mejor para Chile es la que representa José Antonio Kast. Y lo digo porque ese cambio social profundo que Chile necesita nunca va a llegar si debilitamos sus dos requisitos previos: el orden público y la seguridad, por un lado, y el progreso económico y el empleo, por otro.
El anhelo de los chilenos de vivir en un país ordenado y en paz está clarísimo. Si no rechazamos categóricamente la violencia, las quemas, los saqueos, la delincuencia, ya sea en La Araucanía, en la Plaza Italia o en cualquier lugar, y no somos capaces de usar todas las herramientas que el Estado de Derecho nos permite para evitarla y reprimirla, no habrá progreso social posible. Hay que partir por lo básico, se necesitan certezas de que el metro va a funcionar, que el bus en que voy no lo van a quemar, y que el paso en la calle no va a estar interrumpido por una barricada.
A eso sumémosle el combate a la delincuencia. Después de la primaria acepté un trabajo por cuatro meses en Madrid. Y qué distinto es vivir en una ciudad segura, en que la palabra “portonazo” no existe, en que no hay que estar preocupado de que en cualquier momento me pueden robar el celular, y en que una mujer puede caminar por la calle sin miedo en la noche. ¿Quién garantiza mejor ese tipo de país? Sin duda, Kast. Más aún, esta fortaleza es la que lo hizo pasar a segunda vuelta.
El cambio social tiene otro requisito previo: que Chile siga progresando y creando empleo. A veces estamos tan inmersos en las pequeñas peleas de corto plazo que no somos capaces de ver nuestras potencialidades. El mundo está cambiando muy rápido, y si lo hacemos bien, el futuro de Chile se ve promisorio. Tenemos lo que el mundo necesita para luchar contra el cambio climático: cobre y litio, energías renovables a raudales. El ecosistema de emprendimiento chileno ha madurado y tendremos cada vez más startups exitosas de la mano de una nueva generación que busca emprender con un “propósito”. Pero todo esto necesita reglas del juego claras, estabilidad, certezas. Requiere tener claro que tenemos que seguir “extrayendo” cobre, pero “cobre verde”. Se necesita darle la bienvenida a la inversión extranjera: una planta mediana de hidrógeno verde, combustible del futuro, necesita una inversión de US$ 4.500 millones hecha hoy, dinero que se recuperará en veinte o treinta años. ¿Quién hará esa inversión si no tiene una razonable seguridad de que las reglas del juego se mantendrán? Sería grave dejar pasar la gran oportunidad que tenemos.
¿Quién garantiza mejor el desarrollo de esta nueva economía, que necesita reglas del juego claras y estables? Sin duda Kast, especialmente después de la incorporación a su equipo de un grupo destacado de economistas.
Más allá del aprecio personal que ya mencioné, estas son las razones de mi apoyo a Kast. Sin esos dos requisitos previos el cambio social será una ilusión. Si pudiera dar un consejo, para lograr la mayoría le recomendaría jugarse por ese cambio social. Representar también ese anhelo de vivir todos en un país socialmente integrado. Sin segregación. El vivir separados le hace daño a Chile, y nos hace desconfiar del otro, verlo como un extraño, lo que se traduce en los altos niveles de desconfianza en las instituciones, y en una élite cerrada que se reproduce a sí misma.
En los países desarrollados hay momentos de la vida en que las personas, más allá de las diferencias económicas y sociales, se encuentran, se juntan, se conocen. Eso tiene lugar principalmente en la educación pública, que por su calidad es preferida por familias de ingresos altos, medios y bajos. Y también en los barrios y en los espacios públicos. En Chile eso no ocurre nunca.
Y eso tiene que cambiar. La educación y la salud pública tienen que ser lugares de encuentro, con atención, acceso y calidad a la altura del Chile de hoy. Los barrios tienen que estar cada vez más integrados socialmente, con viviendas sociales construidas en buenos lugares. Con una inversión significativa del Estado en barrios en que hoy está ausente y se los ha entregado al narcotráfico. Si las políticas de inversión pública y privada fueron capaces de cambiar Medellín, de la ciudad en que Pablo Escobar fue prácticamente su dueño, a una ciudad casi “modelo” de integración hoy, quiere decir que en Santiago también se puede.
Estoy convencido de que José Antonio Kast tiene la calidad humana, el compromiso y la capacidad profesional para liderar estos cambios.
Joaquín Lavín