La modernización incompleta produjo un estrés que se volcó en el Estallido, un maremoto más o menos, acertada metáfora empleada con abundancia en estos días. Su cabeza de turco, amén de esa entelequia dudosamente llamada neoliberalismo, fue la democracia de los acuerdos y los 30 años, con sus taras y logros, la que me parece un ejemplo eximio del rasgo fundamental de toda democracia realmente existente, en el pasado o en el presente (y futuro): que los cambios requieren gradualidad y que tienen límites. No ha existido ninguna democracia en la modernidad donde este rasgo de convergencia no sea su característica central, aunque vaya acompañado de mucho ruido dramático y circense. Si ha existido un caso que no haya sido así, me gustaría conocerlo. A las transformaciones radicales y sísmicas les sigue una estela desde donde emergen en diversos grados fenómenos relacionados con un César o un Stalin, figuras símbolo de sus consecuencias. ¿Cómo vamos en este sentido?
En Chile, las fuerzas tradicionales que representaban a izquierdas y derechas desde el Acuerdo Nacional de 1985 parecen haber quedado avasalladas por el Estallido y la última elección. Si la derecha tuvo un buen desempeño en las parlamentarias, la centroizquierda experimentó un encogimiento peligroso, pienso que para todos nosotros. ¿Qué tan rupturistas aparecen las dos candidaturas presidenciales después de la primera vuelta?
Lo que significa Gabriel Boric no cabe duda que expresó entusiasmo o se dejó arrastrar por la experiencia revolucionaria del Estallido, que ahora por un momento ha encallado. Boric no es exactamente un Salvador Allende, que fue admirador prácticamente incondicional de los sistemas marxistas, a los que esperaba emular como meta por medios algo distintos, mientras que el actual candidato parece orientarse hacia lo que se llama una democracia radical, a medio camino entre el horizonte revolucionario, por un lado, y la estabilidad dinámica de una democracia de verdad por la otra. Existe una tenue posibilidad de que al final de los finales termine por conferir nueva vida a la idea central de lo que fue la Concertación, el único momento de la historia de Chile desde 1900 en que hubo una fórmula socialdemócrata con vigor. La duda es sobre cuál camino lo tienta más, la ruptura o la reforma.
En el caso de José Antonio Kast, una candidatura testimonial desde la derecha surgida, desde lo que se miraba a sí misma como fortaleza sitiada, ya dio una ligera sorpresa el 2017; ahora se convirtió en un foco de un potente pero confuso sentimiento de pasmo y angustia de una parte considerable del país, que se hallaba sin norte ni dirigentes. Ahora se verá si Kast logra transformarse en uno de estos, y transita hacia una derecha o centroderecha que aúne el cambio incesante que caracteriza a lo humano, con cautelar formas e instituciones básicas de las civilizaciones, que ahora parecen arrojarse a la lotería. El resultado electoral del 19 de diciembre se bambolea en el fiel de la balanza.
Por proceder esta candidatura de una tribulación intensa y en contracorriente, hay garantía de que una derrota no diluirá la voluntad manifestada el domingo 21 de noviembre, como le sucedió a la derecha en septiembre de 1970; y que encabezará a un Chile diferente del que aparece preferentemente en los medios. Si bien faltan no pocos detalles de programa y de credibilidad de equipo, el mérito de Kast fue el haber restablecido algo así como un equilibrio de poder y sentimientos públicos en el país, y la posibilidad, mediante entendimientos expresos o tácitos, de reencaminar a nuestro Chile por la senda posible.