El apoyo a Gabriel Boric por parte de Ricardo Lagos y Carmen Frei —este ratificado luego por la junta nacional de la DC— cierra la profunda grieta que se creó en el campo de la centroizquierda a partir de 2011. Más que ideológica o programática, esta fue una fractura generacional. Los hijos y nietos de la Concertación rompieron con sus progenitores. Lo hicieron enarbolando un discurso ácidamente crítico de su obra (los “30 años”) y, algunas veces, de su honestidad. Y por si fuera poco, formaron tienda aparte, el Frente Amplio, precipitando con ello la obsolescencia de la vieja centroizquierda.
Para la generación que vivió el quiebre de la democracia y aún vibra con el heroísmo de su recuperación, esa fractura fue en extremo dolorosa. A nadie le gusta que aquello que fuera el norte de su vida sea mirado con desprecio por sus herederos, mas cuando esta y su principal soporte son ya los recuerdos.
Los hijos rebeldes hicieron su camino. En un tiempo récord, y sin conocer el sabor de la derrota, alcanzaron el protagonismo y el control. “Serán abducidos por el Partido Comunista”, se pensó; pero no: lo derrotaron.
Las cosas cambiaron, empero, la noche del 21/11. Conocieron la derrota, al menos en forma parcial. Su candidato pasó a segunda vuelta, pero detrás de Kast, con una votación menguada y en un clima-país que demanda respuesta a demandas que están fuera de la experiencia vital y de la agenda de la nueva generación, como son la escasez y la inseguridad.
Boric recogió rápidamente el guante. No le fue difícil. Pertenece a una generación “gamer”, no doctrinaria, habituada al juego, a la flexibilidad, al reseteo. “Es mi obligación reflexionar respecto de nuestra propia conducta —señaló Boric ante la junta DC—, y en ese marco hoy sé que la arrogancia generacional es una mala consejera, que no hay virtud per se en la juventud y la novedad”. Y agregó autocríticamente: “pecamos de inmadurez en demorar hasta el final nuestro apoyo para la segunda vuelta del 2017” a quien fuera el candidato de la centroizquierda.
¿Se le puede creer? Muchos hoy se hacen la pregunta. Para ensayar una respuesta hay que recordar que el perdón, la absolución y la reconciliación están en el centro de la tradición judeocristiana. Sin ellas no serían posibles las relaciones entre los seres humanos ni la continuidad histórica. No son gratis, por cierto. Por el lado del ofensor exigen un genuino arrepentimiento, la plena conciencia del mal cometido, y la voluntad de repararlo y no reincidir en las mismas conductas. En otras palabras exigen una promesa pública de rectificación destinada a reponer el vínculo perdido.
Por el lado del ofendido, el perdón reclama misericordia. Este es un don gratuito, incondicional, que se ofrece en libertad, incluso más allá del arrepentimiento del ofensor, a quien no se exige que se desprecie a sí mismo; como ese “padre que corre al encuentro del hijo no obstante hubiese dilapidado sus bienes” —dice el Papa Francisco—, sobreponiéndose al hecho de que “nuestro corazón egoísta siempre está apegado al odio, a las venganzas, a los rencores”. Pero el rédito es gigantesco, pues permite redimir y purificar un pasado que se ha vuelto fuente de penurias para ambos, para ofensor y ofendido. Como dice también Francisco, “el perdón nos reconcilia y nos da la paz, nos hace recomenzar una historia renovada”.
“Tengo la convicción más profunda de que ante la disyuntiva que se nos presenta el próximo 19 de diciembre, son más aquellas cosas que nos unen que aquellas que nos separan”, dijo Gabriel Boric en su carta a la DC. Dibujó así un futuro común que justifica dejar atrás un pasado de desavenencias y conflictos.
Carmen Frei, a nombre de la DC, y Ricardo Lagos, la gran figura del socialismo democrático moderno, aceptaron el reto. Y en lugar de dejarse arrastrar por los resentimientos optaron por perdonar los agravios del pasado, igual como lo hace un padre con el hijo que un día le dio la espalda, y que sabe que el más damnificado por la prolongación de la fractura es él mismo.
Los actos de arrepentimiento y perdón de los últimos días abren la puerta a una reconciliación al interior de la centroizquierda, bajo la égida esta vez de una nueva generación. Si así fuera, sería una gran noticia para la gobernabilidad de Chile, independientemente de quién gane el 19 de diciembre.
Eugenio Tironi